En un mundo demasiado monopolizado por los asuntos políticos, los sucesos y los deportes, una noticia ha pasado ligeramente desapercibida: la erupción de un volcán cerca del pueblo pesquero de Grindavik el pasado lunes 18 de diciembre. Tenemos la experiencia más cercana del volcán de la Palma, pero en el año 2010 hubo un caso más alarmante: se cancelaron más de 5.000 vuelos en toda Europa. El culpable en este caso no era Puigdemont; era Eyjafjallajökull.

Es asombroso cómo infravaloramos unos riesgos (accidentes de tráfico), cómo sobrevaloramos otros (accidente de avión). En estos casos hay una razón fundamental: en el primer caso tenemos sensación de control, en el segundo no. También existen otras dos razones por las que nos confundimos al valorar los datos. Muchas veces no están controlados por factores de confusión. Pongamos las tasas de mortalidad en Kenia (5,4 fallecidos por cada mil personas) y en Alemania (11,3). ¿Cómo se explica? Es un tema relacionado con la pirámide poblacional; Kenia es una sociedad más joven. En consecuencia, en Alemania hay más fallecidos porque la sociedad está más envejecida. La única manera de corregirlo es hacer la comparación por grupos de edad. Por esta misma razón, había un error cuando se valoraban los fallecidos que siguen dieta sana (morían más) y los que se alimentan de hamburguesas y similares. En este caso, el matiz es que una vez más los jubilados tienden a comer más sano que los jóvenes, y en ese grupo la proporción de fallecidos es, como antes, mayor por la edad. No por la dieta.

Pasamos al otro factor. Es más exacto valorar las probabilidades por tiempo de exposición. Así, en Estados Unidos mueren por homicidio 0,000000007 personas por hora (para comparar mejor las cifras se escriben con 9 decimales cada una). Por caída: 0,000000140 personas por hora y en coche: 0,000000500 personas por hora. Es obvio que los asesores de los políticos dan los datos que más les interesa: de ahí viene la expresión “cocinarlos”. Por esa razón debemos ser escépticos cuando nos dan los resultados de un estudio estadístico: es difícil que no haya sesgos. Un ejemplo muy sencillo, un político de izquierdas puede dividir lo que se paga en impuestos en España entre el total de personas y dirá que la cifra es baja. Conclusión, a subirlos. Un político de derechas puede dividir lo que se paga en impuestos entre el total de personas que están trabajando y dirá que la cifra es alta. Conclusión, hay que bajarlos. Así que cuidado cuando leemos interpretaciones de datos: es fundamental valorar el interés de la persona o institución que lo proporciona. El ejemplo de la amnistía es revelador: ¿qué va a pensar alguien cuyo puesto depende de su opinión, sea de la ideología que sea? Por eso lo más útil es buscar fuentes variadas para tener, finalmente, un criterio propio.

El caso estadístico más divertido es de Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner en su libro Superfreakeconomics. Demuestran que si una persona está bebida y se plantea volver a su casa en coche… ¡debe hacerlo! La probabilidad de morir andando si estamos bebidos, según su estudio, es siete veces mayor que si volvemos conduciendo. Aquí hay dos trucos: en primer lugar, se usa como denominador la distancia recorrida, no el tiempo de exposición. En segundo lugar, no se tienen en cuenta los denominados “efectos colaterales” en el sentido de provocar un accidente con otro coche o atropellar algún peatón. Si podemos usar estadísticas para “demostrar” que es mejor conducir bebidos que ir andando, podemos usar estadísticas para demostrar cualquier cosa.

Sí, no valoramos a nivel personal, político o empresarial los riesgos recurrentes con gran impacto y frecuencia baja. Esto nos lleva al supervolcán de Yellowstone, el cual ha tenido, según muestran pruebas geológicas, 9 megaerupciones en 15 millones de años. Volvemos a jugar con estadísticas: si tenemos en cuenta el intervalo medio entre erupciones, debemos esperar 730.000 años a que llegue la siguiente. Si tenemos en cuenta que el primer intervalo fue de 800.000 años y el segundo de 660.000 años, una reducción similar nos lleva a 520.000 años. En este caso vamos con 100.000 años de retraso. Teniendo en cuenta que en la última ocasión la erupción liberó 1.000 kilómetros cúbicos de ceniza, es mejor no pensar en las consecuencias que todo ello acarrearía.

En épocas de reflexión y realización de nuevos propósitos, la historia del volcán islandés tiene muchas enseñanzas. En primer lugar, estamos idiotizados con lo inmediato y los sucesivos impactos que recibimos y recibimos minuto a minuto. ¿Dónde dejamos la perspectiva? En segundo lugar, veamos de otra forma las estadísticas valorando los factores de confusión, las tasas por tiempo de exposición y pensemos en el interés del emisor. En tercer lugar, reflexionemos sobre aspectos personales que podrían dar un vuelco a nuestra vida de manera sorpresiva… para prevenirlos. l

Profesor de Economía de la Conducta, UNED de Tudela