Alberto Rodríguez, querido amigo, fue concejal del PSE en el Ayuntamiento de San Sebastián durante veinte años. Pude acompañar su despedida con el sonido del txistu. Un verdadero honor. El sacerdote, en un breve sermón, agradeció a Alberto haber sido socialista y no socialisto.

Esa expresión, en sentido contrario, me trajo a la mente la última representación, en el Ateneo de Madrid, de Felipe González y Alfonso Guerra. Los dos tan juntitos, pero sin ser capaces de mantenerse la mirada, me llevaron a los tiempos anteriores a que Enkarni Genua y Manolo Gómez descubrieran el guiñol vasco. A los títeres de Colorín. Adiós, adiós, que se marcha Colorín, adiós, adiós, pero pronto volverá. Estacazos a la bruja, Colorín es el que empuja, estacazos al ladrón, Colorín es campeón. Pelipe era Colorín, claro, y su ayudante Alpontso. Y en su imaginación, la bruja malvada, Pedrito el bonito.

Los jóvenes no saben de qué hablo. Se colocaba en Alderdi Eder un pequeño escenario para los muñecos y los alrededores se llenaban de sillas con niños y progenitores, todos deseosos de contemplar como Colorín vencía al ladrón zoquete, a la bruja ceporra o al engreído papanatas. Allí no había lugar para distingos filosóficos ni desarrollos sicológicos: los buenos y los malos estaban claramente definidos al comienzo y así continuaban hasta el final. Todavía muchas personas viven así su experiencia diaria y también la política.

Tengo recuerdos infantiles de grandes emociones con Colorín. Pero hoy no se aceptarían esas representaciones. Era otro mundo, como el de González y Guerra. Parece que los estacazos que está recibiendo la Ley de Memoria Histórica les han hecho a ellos también perder un tanto la memoria (NATO, GAL, Filesa, las propinillas de Juan Guerra…). Pero no todos la hemos perdido. Y creemos que están mejor callados. Es una cuestión de educación. Se han acostumbrado a estar siempre en palco de honor y no se sitúan bien en décima fila de butacas.

No sorprende, porque la educación constituye un auténtico problema en nuestra sociedad. Ahí andan los políticos vascos queriendo acordar y sin conseguirlo una nueva Ley de Educación. Les propondría que comenzaran por el nombre: que sea Ley de Enseñanza. En las escuelas se debe practicar la enseñanza. Que, es cierto, lleva aparejados componentes educativos, pero también los llevan las relaciones con los padres y amigos, los comportamientos en las calles, o las actitudes en las diversiones sociales… Y no se hacen leyes para ello. Por desgracia.

Una encuesta actual entre profesores situaría este convencimiento muy enraizado: la Ley de Educación la necesitan sobre todo los padres. Cuántas veces no mienten al profesorado para defender a su alumno-descendiente. O cómo se inmiscuyen en la forma de impartir las clases o de evaluar las pruebas de examen. O qué común es que parejas separadas cuyos miembros no se entienden entre sí, fuercen al profesorado a reunirse con cada uno de ellos por su lado y le proporcionen datos y opiniones divergentes. Cuando no opuestos. Que los padres se comporten como tales y dejemos al profesorado ejercer su tarea. Si es posible en paz.

Lo repito a menudo: el mundo es complejo y las personas más. Y debemos aprender y enseñar a vivir en esa complejidad. Tarea difícil. Sin embargo, en todos los aspectos y terrenos marcar límites y plantear claridad de criterios es fundamental. Y para ello la utilización honesta del lenguaje, constituye piedra básica. No se puede aceptar la utilización prebélica del lenguaje que lleva tiempo realizando la derecha política española. Así comenzó también el calentamiento del ambiente para la guerra de 1936. Con la mentira como conductor y propaganda analgésica, antes o después, se va al abismo. Que le pregunten al Padre Paco. Hasta nuestro amigo Colorín se sonrojaría con lo que hay que escuchar. El gran escritor Alexander Pushkin lo expresó bien: vale más para nosotros un mentira que nos emociona que mil verdades.

Hago una propuesta para comenzar con la educación social: que comencemos a leer regularmente fábulas. Todos, padres, hijos, profesores y hasta los conserjes de las escuelas. Cuán grandes escritores les han dedicado su genio: Esopo, La Fontaine… incluso aquel alcalde de Tolosa, el vasco Félix Mª Samaniego. Recogen la sabiduría de siglos. Si Feijóo hubiera leído la del zorro y las uvas (bah, ¡están verdes!), no habría resultado tan risible pretendiendo hacernos creer que España estaba verde para que él fuera su presidente. Y si, de paso, hubiera acudido a una función de Erreka Mari, acaso su partido defendería otras políticas medioambientales.

Gracias a que está con nosotros el Zinemaldia y nos trae un poco de alegría. Tras tanto agorero que anunciaba escasez de estrellas, no han faltado a su cita: ahí ha estado rutilante Paco Sagarzazu recogiendo el premio Zinemira. Paco, Paco, Paco, mi Paco. l