El VIII Informe sobre exclusión y desarrollo social de la fundación FOESSA indica que nuestra sociedad comienza a mostrar cierta fatiga de la solidaridad o de la compasión como tendencia.

Esto se ve reflejado, entre otros, en el dato de que más del 50% de la población española expresaba que en ese momento (año 2019) ayudaría menos que una década anterior. El término fatiga hace referencia al cuestionamiento de la política fiscal como herramienta de solidaridad y justicia, a la desconfianza en la clase política para resolver las crisis sociales que afectan, sobre todo, a las clases medias que se sienten cada vez más en riesgo e, incluso, a la legitimidad del estado de bienestar como protector ante las desigualdades crecientes.

Ese cansancio social puede incluso estar cambiando el sentido profundo de la solidaridad, es decir, cómo concebimos las relaciones sociales de apoyo mutuo, de reciprocidad, en nuestro entorno más inmediato.

Es lo que este informe llama “un modelo de privatización del vivir social” acorde al proceso de cambio antropológico e individualización social, de crisis de valores, de aumento del miedo y de incertidumbre ante el futuro.

Un desgaste y desapego de la solidaridad que también se aprecia en Euskadi, donde la ayuda mutua se ha reducido del 76% de los hogares vascos en 2018 a tan sólo el 44% en 2021 (Informe sobre exclusión y desarrollo social en Euskadi 2022, FOESSA).

En el contexto social que nos muestran esos pocos datos cuantitativos, y con permiso de Marta Nussbaum, podríamos encajar y desarrollar el proceso complejo y sofisticado que supone construir solidaridad desde su definición de la compasión. Dice esta filosofa que la solidaridad es el resultado del conjunto de tres pensamientos; pensar que hay una persona que está sufriendo, pensar que ese sufrimiento es injusto y pensar que estaría bien aliviarlo.

Parece, por tanto, que la solidaridad, lejos de ser espontánea, requiere de un trabajo personal articulado en torno a esas tres claves para traducirse posteriormente en la respuesta social que después vemos y practicamos en nuestros barrios. Luego, existe en ese recorrido hacia la tarea solidaria un itinerario pedagógico que debe ser incorporado y trabajado por los distintos agentes sociales y educativos para revitalizar el origen de la solidaridad y dar solidez a las relaciones de apoyo que (nos) ofrecemos ante situaciones de crisis.

Pero, ¿en qué puede consistir ese proceso educativo? Desde Caritas Gipuzkoa apostamos por tres elementos que tratan de seguir la guía que Nussbaum nos propone.

Educar la mirada es el primero de los elementos imprescindibles para construir solidaridad: ponerse las gafas del reconocimiento, de la justicia y de la esperanza de todas esas personas que no vemos con nuestra misma dignidad, que tienen restringidos los derechos humanos y cuyas capacidades son descartadas por la sociedad.

Educar el corazón es la segunda clave de la solidaridad y supone escuchar, aprender a escuchar para sintonizar la frecuencia de quienes no sólo tienen necesidades sino sueños que impulsan su vida. Poner el corazón a disposición de la otra persona es compadecerse y significa, sufrir con, es decir, ponerse al lado de la persona que sufre. Dice Adela Cortina que es la compasión la que nos lleva a reclamar la justicia.

Y, por último, es necesario educar el compromiso. Aprender a actuar con otras personas, entidades, agentes. Pero, sobre todo, con las personas que viven las situaciones de injusticia que acompañamos. Con su voz y con sus manos. Una acción que debe ser transformadora en el sentido de que debe generar no sólo alivio o reducción de las situaciones sociales que les generan sufrimiento, sino que deben permitirles construir una realidad distinta y mejor.

Este itinerario también lo encontramos en la famosa parábola del buen samaritano que, como dice el periodista Santiago Alba, “con el gesto incoherente, inesperado y, si se quiere, socialmente subversivo del buen samaritano: ¡un apestado que presta ayuda a alguien que no es de su familia!”, anuncia de una forma radical el amor a las personas desconocidas siendo esto uno de los primeros rasgos de la civilización.

Construir solidaridad es, en definitiva, un proceso educativo que está en manos de las familias, los centros educativos, las asociaciones, las parroquias y los barrios. También es un reto al que estamos intentado responder como entidad, y para ello hemos elaborado un material didáctico que ponemos a su libre disposición. l Responsable de Voluntariado e Incidencia de Cáritas Gipuzkoa