Creo que deberíamos escuchar con más atención a quienes insisten en que el euskera, el catalán o el gallego no tengan sitio en las instituciones españolas. Cada mensaje y argumento es una confesión. Basta con repasar la propia homologación sistemática del castellano como la lengua española. Es decir, si el castellano es el idioma español, el catalán, el gallego y el euskera no lo son. Un estratega menos dogmático, o simplemente más inteligente, habría aprovechado la jugada para formular un imaginario de multiculturalidad nacional española, con diversidad lingüística como exponente de la misma. Pero la naturalidad con la que se ofenden en castellano por escuchar hablar en euskera dice mucho de hasta qué punto la convicción sin el tamiz del respeto a la diferencia es madre del fanatismo. Que no nos cuelen en el menú el sapo del idioma común y su protección. En las comunidades bilingües del Estado se habla y se escribe el mejor castellano del entorno en términos de corrección gramatical y sintáctica. Pasa igual en Irlanda con el inglés, mucho más académico e inteligible que en la propia Inglaterra. El unionismo no ama la lengua propia más que el separatismo la ajena. La instrumentalización salvaje tiene secuestrado un bien cultural universal, como proclaman solemnemente en convenios internacionales los estados que cohíben el uso de lenguas minorizadas. El problema no son las lenguas sino la exigencia del modo de ser español en su proyecto nacional. Ese modo en los territorios forales fue durante siglos el acatamiento del rey a los fueros. Unilateralmente se suprimieron para sustituirlos por un modelo de concierto político y económico. Ese que, ahora, los herederos ideológicos del discurso de los “500 años de vida en común” califican de privilegio y abogan por suprimir. Es un proyecto voraz, que carece de principios de adhesión y cohesión porque se ha fraguado desde la absorción y la imposición. Un modelo que solo modera su afán uniformizador cuando se encuentra contra las cuerdas. Por eso acabará ahí. En defensa propia de sus damnificados.