A veces, cuando se visita una ciudad, resulta difícil abstraerse de la multitud de estímulos que, precisamente, están pensados para el disfrute del visitante y que apenas forman parte del día a día de sus ciudadanos. Hasta tal punto que uno se siente inmerso en un parque temático con entrada gratuita al pasar por la oficina de turismo de turno. Y eso ocurre aunque se tenga detrás una potente historia con restos únicos como es el caso de la muralla romana de Lugo. Quien pasea por lo alto de la colina de la capital lucense, o por la ribera del río Miño, tiene sensaciones encontradas porque los servicios no están tanto enfocados a encumbrar ese pasado romano como al peregrino. El Camino de Santiago vende mejor que los restos romanos, o incluso la mitología celta tiene más tirón y copa el merchandising en las tiendas de recuerdos frente a unas pocas figuras alusivas a Lucus Augusti. Pero así somos los turistas. Móvil en mano buscando reseñas o lugares para lograr la mejor foto que colgar en nuestro estado. Y mientras en la Parte Vieja de Donostia se forman colas de turistas para degustar pintxos que, en algunos casos, tienen fama justificada, pero en otros tantos tienen la misma o peor calidad que los que se sirven gratis con la consumición en otras tantas ciudades del Estado, como en Lugo.