En la última cumbre europea (Bruselas, 30 de junio) uno de sus temas estelares ha sido la cuestión migratoria, que ha sido objeto de especial atención al tiempo que ha dado lugar a agudas controversias entre los máximos representantes de los Estados miembros de la UE. Esta cumbre europea venía precedida, unos días antes (9 de junio, Luxemburgo) por un Consejo de Ministros de Interior en el que los responsables de esta área en los respectivos ejecutivos de los países integrantes de la UE habían abordado este mismo asunto de forma más pormenorizada. Ello da cuenta de la importancia que se otorga al tema, objeto de tratamiento en las máximas instancias institucionales de la UE -Consejo europeo y, previamente, Consejo de Ministros de Interior-; lo que contrasta, dicho sea de paso, con la escasa atención que aquí hemos dedicado a esta cuestión a pesar de constituir un factor clave para el futuro de la UE, de la que formamos parte, así como para cada uno de los países que la integran, también para nosotros. Entre ambas cumbres europeas sobre la inmigración, han tenido lugar una serie de naufragios en el Mediterráneo (y últimamente, cada vez mas en el Atlántico, en la ruta canaria) que han ocasionado la pérdida de centenares de vidas humanas. El mas conocido recientemente, el producido en el mar Egeo (13 de junio), en el que se estima, según las fuentes oficiales, que el número de desaparecidos en las aguas mediterráneas asciende a alrededor de quinientos o seiscientos migrantes. El hecho de que ni siquiera sepamos cuántas son las víctimas mortales de este naufragio (no digamos ya su identidad) es revelador de las condiciones en las que se desenvuelve la vida de quienes se ven abocados a emigrar de sus países de origen y a cruzar el mar que les separa del territorio europeo con la esperanza de encontrar unas condiciones de vida más dignas. Este naufragio reciente del Jónico, que por sus proporciones ha tenido una proyección en los medios que otros no han tenido, no es sino un episodio más en la larga cadena de hechos de las mismas características que vienen sucediéndose ininterrumpidamente a las puertas de la UE.

Hace unos meses, en febrero, se produjo otro naufragio, esta vez en el sur de Italia entre Sicilia y Calabria, que también tuvo repercusión mediática dadas las dimensiones, estimadas en alrededor de un centenar de desaparecidos. Hace pocos días, a finales de junio, se ha conmemorado el primer aniversario de los trágicos sucesos de Melilla, también como los anteriores con un número indeterminado de víctimas mortales. En el momento en el que se escriben estas líneas, los medios informan de varios naufragios en la ruta atlántica-canaria durante los primeros días del mes actual, sin que sea posible determinar cuántos son los desaparecidos. De acuerdo con la información proporcionada por EuroMed Rights/Droits, entidad dedicada a este tema en el área euromediterránea, se estima que el número de víctimas de naufragios asciende a 1.166 (cifra que se refiere sólo a los naufragios conocidos este año hasta el mes de junio; no se incluyen los no conocidos, que a no dudar aumentarían sensiblemente esta cifra). Independientemente de cuál pueda ser la posición que se adopte ante un tema como el de las corrientes migratorias, cuya complejidad no admite las soluciones simples, lo que ofrece pocas dudas es que se trata de un problema que tiene entidad suficiente como para que se le preste especial atención. Y conviene tener presente que se trata de un problema que se plantea a escala europea y que nos afecta como europeos más que como ciudadanos de cualquiera de los Estados miembros de la UE.

El hecho de que ni siquiera sepamos cuántas son las víctimas mortales de este naufragio (no digamos ya su identidad) es revelador de las condiciones en las que se desenvuelve la vida de quienes se ven abocados a emigrar

La gente, cuando toma la decisión de arrostrar todos los riesgos que comporta aventurarse a cruzar el Mediterráneo en las condiciones penosas que lo hace, no es para instalarse en uno de los países ribereños de este mar sino para poder vivir en Europa. Por otra parte, las corrientes migratorias son un asunto que, aunque sólo sea por sus dimensiones, no tiene tratamiento, mucho menos solución, en el marco de cada uno de los Estados miembros de la UE. Es ésta la que proporciona el marco mas idóneo para el tratamiento de una cuestión que, insistamos en ello, se plantea ante todo a escala europea. Siendo así, lo que no pueden hacer las instituciones de la UE es renunciar a tener una política común y a mantener un papel activo en un tema como éste, que a juzgar por las informaciones conocidas sobre las referidas recientes cumbres -de los Ministros de Interior en Luxemburgo (9 junio) y de Jefes de Estado y de Gobierno en Bruselas (30 junio)- parece que ha sido la opción por la que se ha optado. No deja de ser curiosa, por emplear un término suave, la expresión acuñada en relación con los Estados miembros, caracterizando su actitud como de “solidaridad flexible”, eufemismo que solo sirve para encubrir la falta de acuerdos sobre este asunto. A falta de una posición común, asumida por los Estados miembros, se ha optado por una fórmula -la solidaridad flexible- que no compromete a nada y que permite a los que así lo decidan (no solo Hungría y Polonia) eludir cualquier obligación de acogida de refugiados.…si se aporta al fondo de reserva de solidaridad una cantidad (cifrada en 20.000 euros por persona rechazada, éste parece ser el precio estipulado de la unidad migrante) para sufragar los gastos derivados de la atención a los contingentes migrantes. Si bien estas posiciones, objeto de controversia en el Consejo de Ministros de Interior de la UE (Luxemburgo, 9 junio), son indicativas de la ausencia de una política común europea en esta materia, la reciente cumbre europea celebrada pocos días después (Bruselas, 30 junio) lejos de corregir estas posiciones con una orientación más proactiva ha confirmado y reforzado mas aun la deriva inhibitoria de los órganos decisorios de la UE ante la cuestión migratoria. Baste reseñar que ni siquiera ha sido posible acordar un texto común del máximo órgano decisorio y, en lugar de él, ha habido que limitarse a una declaración de la presidencia del Consejo europeo (Charles Mitchel) con la que luego los máximos representantes de cada uno de los Estados miembros (no todos, Polonia y Hungría no) han expresado su conformidad con la Declaración presidencial.

No se insiste lo suficiente

El hecho de que el máximo órgano decisorio de la UE ni siquiera pueda aprobar un texto común sobre esta materia es la confirmación mas clara y contundente de la ausencia de una política propia de la UE ante una cuestión clave y capital para todos los europeos como es la migración. No se insistirá nunca lo suficiente, y habrá que hacerlo todas las veces que haga falta, en que la cuestión migratoria es uno de los principales problemas que tiene planteados hoy la UE y, asimismo, los países que la integran, muy especialmente los que por su situación geográfica están mas directamente afectados por los movimientos migratorios. Es, además, un problema que no solo no va a solucionarse, ni tampoco a atenuarse, con el paso del tiempo sino que con toda seguridad va a aumentar cuantitativamente y va a sufrir una evolución, ya lo está haciendo, que marca una clara tendencia hacia su agravamiento. Es mas que dudoso que actitudes como las mantenidas en las recientes cumbres europeas objeto de estas líneas, renunciando a adoptar medidas efectivas y una política común a escala europea, puedan suponer avances significativos en el tratamiento de la cuestión migratoria. No ya para dar con la solución total al problema pero al menos para tratar de poner fin a los efectos mas trágicos de lo que ya ha sido caracterizado como la necropolítica que de facto se viene llevando a cabo, tanto por la UE como por los Estados miembros, en este terreno. Llama la atención la escasa atención (más bien nula) que se presta a este tema, al que apenas se le reserva un hueco en la agenda política actual; incluso en plena campaña electoral, en la que lo lógico, y además obligado, es tratar sobre los principales problemas que tenemos, entre otros éste de la inmigración. Después del 23 de julio habrá nuevas Cámaras y se abrirá una nueva legislatura pero las corrientes migratorias no van a cesar, los naufragios de migrantes se seguirán produciendo en nuestras costas y el problema que plantea la emigración seguirá existiendo, probablemente experimentando un progresivo agravamiento a medida que pase el tiempo. Si ante esta situación la actitud de las instancias decisorias europeas (y de los Estados miembros) sigue siendo la misma que se ha mantenido hasta ahora y que ha tenido plasmación en la última cumbre europea (y asimismo en el Consejo de Ministros de Interior de la UE que la precedió) bien podríamos concluir que no solo no se ha dado ningún paso para acabar con los naufragios en las aguas de nuestras costas sino que lo que hay que plantearse es si estamos ante el naufragio de la política migratoria de la UE.