Amenudo se afirma, en torno al mundo del fútbol, que todo aficionado lleva en su interior –más o menos escondido, en función de su sobriedad y de la de su audiencia- un entrenador o, peor aún, un seleccionador. Siempre hay motivos para la discrepancia, lo cual es muy saludable tanto para el sistema en sí como para el desarrollo de esas capas de personalidad que nuestro héroe anónimo lleva, aunque sea por dentro, a modo de matrioshka de perfiles y capacidades personales. No importa lo bien que lo hagas. Incluso Imanol Alguacil ha tenido sus detractores, cuya tara debemos respetar.

En el caso de Donostia, un ciudadano cualquiera trae de serie, además, en su matrioshka de personalidades, un concejal de Movilidad. Tanto es así que, en la actualidad, la concejalía de Movilidad se ha convertido en una patata caliente que ha adquirido su calor al abrigo del debate público y de las soflamas de integrantes del gobierno municipal anterior en contra de su propia gestión en el ejecutivo local.

Quien escribe este artículo, que asumió en su día esa responsabilidad municipal, sabe de primera mano el ruido que genera esta área (en términos no futbolísticos).

Si ya es difícil hacer política y tratar de contentar a todas las partes, en el caso de la movilidad, vivimos un periodo de tal cambio de inercias que es seguro que a alguien habrás enfadado si has hecho una política eficaz en pro de una movilidad sostenible.

Y es lógico, ya que hay gente que no cree en ella, como hay quien no cree en la redondez de la Tierra o, en menor medida, en Imanol. Lo esperanzador de todo esto es que por mucha polémica que generen los cambios, por mucho que tengamos que escuchar por parte de alcaldes y concejales sobre la materia, los cambios suelen venir para quedarse. Tanto aquel bidegorri de la Concha como el de Amara, que uno mismo sufrió en carnes propias, generan mucha polémica, pero nadie los revoca. A lo sumo, un cambio de nombre o normativa puntual, pero generalmente no se revierten esos cambios por la sencilla razón de que son buenos para las ciudades. Al menos así ha sido en casi toda Europa, hasta que la excepción ibérica del pacto PP-Vox ha empezado a quitar carriles-bici en algunas localidades, aduciendo que hay que anteponer el derecho a ir en coche hasta donde nos plazca.

No deja de sorprenderme que algunas formaciones políticas digan estar a favor del coche cuando defienden un modelo en el que esos coches pierden toda eficacia. Se quejan de atascos en las ciudades y proponen, como solución, que “sigan entrando más coches”. ¿De qué le vale a nadie que un partido defienda un supuesto derecho de toda la ciudadanía a ir donde y cuando quiera en coche, si luego no tiene aparcamiento ni sitio para llegar? Y no nos engañemos: por mucho que llenásemos la ciudad de parkings y más carreteras, todos esos coches, simple y llanamente, no caben. Esta idea, entre utópica y distópica de que el problema se regula sólo, al igual que mercado, es una falacia.

Así pues, no es tanto que haya problemas de tráfico como consecuencia de unas decisiones políticas que, al revertirlas, se solucionarán. Hay un problema de tráfico causado por un número excesivo de vehículos. Quienes nos venden la moto -perdón por el chiste fácil – de que garantizarán que puedas ir dónde y cuándo quieras en vehículo privado motorizado, no sólo están despreciando la salud, la seguridad y el buen vivir de personas y del propio medio ambiente, no. Además de todo lo anterior, están peleando contra la propia realidad.

En Donostia, claro, hemos oído voces de quienes claman por sostener un sistema de coches que ya no se mantiene. Eso era de esperar en el caso del PP o de lobbys autoerigidos en portavoces del conductor de Hego Euskal Herria, pero sorprende que fuerzas políticas de izquierdas o progresistas se hayan puesto de lado en estos temas, cuando no se han lanzado directamente al discurso retrógrado más extremo: es el caso del PSE.

Sorprende el desprecio socialista, porque ni es coherente con el legado de Odón Elorza en materia de Movilidad, ni cuadra, siquiera, con lo que ese mismo partido propone en otras ciudades vascas o españolas. No deja de ser llamativo que, durante el gobierno local de PNV-PSE, casi el único motivo de discrepancia que haya encontrado una fuerza presuntamente progresista haya sido defender a los coches y a las motos.

Más sonrojante aún es que cuando, una vez celebradas las elecciones de mayo, el alcalde Eneko Goia ofreció la concejalía de Movilidad a la socialista Marisol Garmendia –que es quien hizo populismo y campaña electoral prometiendo revertir unos cambios de tráfico que ella misma aprobó desde el gobierno municipal la pasada legislatura-, ésta prefirió hacer mutis por el foro y no coger al toro por los cuernos.

Supongo que la razón del escapismo de Garmendia es que, en realidad, sabe que enarboló en campaña una bandera que le regalaba cierta proyección mediática y el aplauso de sectores reaccionarios, a sabiendas de que sus promesas eran irrealizables en el poder municipal.

Salvo las mencionadas excepciones de la ultraderecha española, cualquier persona que asuma la concejalía de Movilidad acabará yendo, con mayor o menor valentía, en la dirección de cambiar el reparto del espacio de las ciudades en detrimento de los coches. Quizás peco de idealista, pero, en mi etapa de concejal de Movilidad, vi a personas de todas las sensibilidades políticas, en diferentes ciudades europeas, impulsando interesantes proyectos de movilidad aunque en otras ciudades sus compañeros de partido criticarán cosas parecidas desde la oposición. Quiero pensar que la responsabilidad del cargo tiene aún un peso decisivo en las personas.

Un clásico recurso para ponerse de lado o defender el inmovilismo es apelar a la participación de partidos y ciudadanía. Estoy plenamente de acuerdo en la idea y en la fórmula. Una de mis primeras medidas como concejal fue impulsar una ponencia sobre la OTA entre todos los partidos, y en ella se fraguaron importantes acuerdos, impensables en aquel entonces e incluso a día de hoy. Y, obviamente, también es fundamental impulsar la participación de la ciudadanía en el consejo asesor de movilidad y en cada actuación.

La participación ha de ser, eso sí, de toda la ciudadanía, ya que, desgraciadamente, tendemos a relacionar las necesidades de la movilidad con la necesidad de los conductores de coche. Afortunadamente, contamos con organizaciones que miran la bicicleta. Estaría bien, además, tener asociaciones de personas usuarias del transporte público o incluso de peatones. Tenemos que abrir la mirada no sólo a todos los modos de transporte, sino incluso a todas aquellas personas a las que afecta la inseguridad, el ruido, la polución o el estrés de un modelo de ciudad insostenible. La duda no es si cambiar ese modelo o no, la duda es cómo cambiarlo.

Como he dicho, será difícil -por no decir imposible- que la persona que ocupe la concejalía de Movilidad contente a todas y todos, pero espero y deseo que sí contente a la mayoría. Cuento con que la responsabilidad del cargo hará su efecto, pero, francamente, considero que sería deseable que tuviera un mayor respaldo de las fuerzas políticas y sociales. Porque a los que pitan, se les escucha mucho. Quizá deberíamos aprender a aplaudir y corear también las cosas buenas, como hace la afición realista con su entrenador ¡Aupa Imanol!