Llega el día del orgullo, si quieres con mayúscula: Orgullo. El de un colectivo amplio, con letras diferentes, LGTBIQA+, que responden a diferentes realidades, sentimientos y necesidades, sufriendo diferentes dosis de acoso y de odio acumulados desde hace tanto tiempo que da vergüenza, con la reclamación necesaria de acudir a los derechos fundamentales, porque de eso hablamos, eso reclamamos. No para ser normales en una sociedad que confunde normalidad con uniformidad; sino para ser como quieras, porque nadie puede hacerte de menos ni insultarte ni acosarte ni matarte. Que ya sé que casi todo el mundo lo entiende en teoría, pero resulta que ahora hay unos señoritos (y alguna señora, incomprensiblemente porque ellas deberían entender mejor lo importante que es la lucha igualitaria y de derechos) que están llegando a ser representantes democráticos, presidentes de parlamentos, consejeros, diputados y concejales que basan su popularidad en insultar, mentir y demostrar su burricie al respecto de cuestiones tan relevantes como el género, la identidad sexual o la misma esencia democrática de la igualdad entre ciudadanos.

Este año el orgullo nos urge a denunciar el odio y el insulto. No podemos seguir permitiendo que en los colegios se siga señalando y marcando como maricón o maricona a quien diverge de un ideal inexistente que emana de los dibujos de los libros de urbanidad franquistas. No podemos permitir que en el debate público se cuestionen los derechos, la autodeterminación de género, la igualdad de las personas en su diferencia. La lucha por conseguir descriminalizarnos, despatologizarnos, legitimarnos, ha sido lenta pero ha ido progresando gracias al esfuerzo de una sociedad que reclama más libertad y justicia. No vayamos ahora a joderla con esa panda de impresentables violentos.