Las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) no dejan de reinventarse. Han modificado la difusión de la información, por tanto su consumo, haciendo posible que cualquier persona sea receptora de información y proveedora de la misma. Esto que es un gran avance en sí mismo, hace a la información susceptible de ser excesiva (infoxicación) y manipulable.

Nos dicen que estamos abocados a una sociedad digital ante la evolución rapidísima a la que ninguna regulación legal puede adaptarse sino con retraso, sobre todo ante gigantes que buscan la transformación social en la dirección de sus negocios. Empresas como Google o Facebook acaparan enormes beneficios sin pagar apenas impuestos ni hacerse responsables de los efectos negativos que genera la pérdida de referencia de la información como lo que es, una función social fundamental.

Junto a la maravilla que supone Internet, su lado oscuro golpea en la educación de los jóvenes, como alertan las comunidades educativas, incapaces de acotar el efecto lesivo que produce el acceso descontrolado a las redes sociales. Este ejemplo es extensible a las dinámicas electorales de personajes populistas como Donald Trump o la presidenta de la Comunidad de Madrid, cuando manejan la posverdad (mentiras) y desinflan la verdadera información. Resulta mendaz hablar solo de “beneficios tecnológicos para todos” sin valorar los daños colaterales.

No exagero si afirmo que el ciberespacio no ha sido ordenado desde la mentalidad del bien común, aunque tenga algo de ello. Lo importante para sus promotores es la gran concentración de poder acumulada en pocas manos (Apple, Google…). Megaempresas como Amazon atesoran mayor capacidad económica que algunos Estados europeos. Sin olvidar lo que suponen las grandes plataformas tecnológicas para el control político y social antidemocrático, como ocurre en China, Irán o Rusia.

El dilema hábilmente planteado de adaptarse o quedarse atrás, funciona, a pesar de que las tecnologías no evolucionan a este ritmo frenético por sí solas. Se impone, pues, lo que el filósofo Josep Esquirol denomina “resistencia íntima” ante una agresión de tal envergadura que se hace real también en la queja de miles de usuarios de la Tercera Edad, incapaces de adaptarse a los servicios bancarios online sin oficinas presenciales.

Resistencia íntima a una tecnología que no estamos obligados a utilizar. La pornografía está en la red, sin que tengamos que acceder a sus contenidos, ni a muchos otros. El seguidismo tecnológico acrítico provoca patologías que no son una broma. La tecnología es el reflejo de la cultura en la que nace, no olvidemos esto cuando algunos pretenden convertir en ley social la utilidad de lo inútil manipulando a la mayoría. Veamos un ejemplo poco aireado: Tik Tok.

Estados Unidos obligó en febrero a los organismos federales a eliminar la aplicación Tik Tok –propiedad de la empresa china ByteDance– de todos los dispositivos oficiales. El Reino Unido, Canadá y la Unión Europea también han prohibido esta aplicación de vídeos breves en los dispositivos oficiales por motivos de seguridad. Francia acaba de hacerlo e India prohibió esta plataforma a mediados de 2020 porque transmitían secretamente los datos de los usuarios a servidores fuera de India, lo que le costó a ByteDance uno de sus mayores mercados.

Todos estos gobiernos añaden que China utiliza los contenidos de Tik Tok para desinformar en general y en temas clave como pseudociencia, sanidad, modelos políticos, etc. Ya veremos cómo queda la amenaza de extender la prohibición a los usuarios particulares estadounidenses de Tik Tok, mientras los detractores señalan que todas las redes sociales, incluidas las aplicaciones occidentales, capturan datos de sus usuarios de forma desenfrenada.

Leo en DNN que el catedrático de Salud Mental Miguel Ángel Martínez González –Universidad de Navarra– ha remarcado la importancia que tiene la adicción a los móviles en la salud mental: “Está cada vez más relacionado el uso prematuro de estas pantallas en niños, jóvenes y adolescentes con la patología psiquiátrica, con problemas de ansiedad, depresiones, intentos de suicidio, trastornos de ansiedad y de la conducta alimentaria y con el déficit de atención”. Ya vemos cómo se movilizan los Estados para prohibir lo que sea cuando peligra la seguridad y la información sensible, mientras que los efectos sociales colaterales importan mucho menos, y eso que nos vendieron una globalización beneficiosa para todos.

Hago una llamada a la resistencia ética, o lo que es lo mismo, al liderazgo ético individual para hacer frente a la indiferencia amoral que supone permitir el acceso a cualquier contenido tóxico y manipulador por parte de colectivos vulnerables, como es el de los jóvenes. Porque no será posible la responsabilidad ética compartida cuando no nace primero dentro de cada persona para conseguir la instalación de cortafuegos tecnológicos pensando en la salud. No cabe otra, teniendo en cuenta el poder absoluto que ha alcanzado la comunicación.

Analista