No hay que caer en el edadismo –palabra incorporado al diccionario de la RAE hace unos pocos meses y que significa: “Discriminación por razón de edad, especialmente de las personas mayores o ancianas”– para constatar que un anciano que tiene la edad que casi alcanza la de tres ministras va a liderar una moción de censura contra el presidente del Gobierno español. Curiosamente, este lío de la moción de Ramón Tamames coincide con una campaña del Gobierno español en la que se nos dice que todos somos “de la misma generación”. Hombre, tampoco es eso... De igual modo, no hay que caer en la acusación de transfuguismo –lo recoge asimismo la RAE como actitud del tránsfuga: “Persona que abandona una organización política, empresarial o de otro género, para pasarse a otra generalmente contraria”– para comprobar que un exmilitante y exdiputado de un partido comunista encabece una iniciativa institucional de la ultraderecha. Todos tenemos una edad y todos tenemos derecho a cambiar, faltaría más. El problema de todo esto es que estamos ante un acto estrambótico y vodevilesco radicalmente antiinstitucional. Oficialmente, Tamames es aspirante a que el Congreso de los Diputados le nombre presidente del Gobierno, pero la realidad es que lo que hacen él y Vox es utilizar la asamblea legislativa para otros intereses. Por eso es una farsa. Peligrosa, porque a Sánchez y sus intereses, al PP y los suyos, a Vox y los suyos les puede salir mejor o peor la jugada, pero objetivamente daña a las instituciones y su credibilidad. En Euskadi sabemos de estas operaciones de esperpento. En 1987, años de plomo, Herri Batasuna –que deslegitimaba las instituciones y por ello no acudía a ellas– presentó a un preso, Juan Carlos Yoldi, a la sesión de investidura como candidato a lehendakari. Eran, también, sus intereses antidemocráticos. Ahora todo parece haber cambiado. El anciano Tamames nos retrotrae al viejo debate de la destrucción de la democracia aprovechando sus propios métodos.