ace unas semanas escribía en este mismo espacio sobre la necesidad de disfrutar de esta época de fiestas veraniegas con libertad. Pero una vez más, otro episodio ha truncado el ambiente durante el fin de semana de repetición de Loinatz Jaiak en Beasain. La gente ha regresado a la calle para denunciar que en esta sociedad no hay cabida para las actitudes que atentan contra la libertad sexual de las mujeres, aunque en la práctica, por desgracia, son demasiadas las ocasiones en las que no se respeta. Se nos llena la boca diciendo que avanzamos en la igualdad, mientras les decimos a nuestras hijas, amigas, hermanas o compañeras que no se fíen, que tengan cuidado y que eviten caminar solas por la calle. Abogamos por unas fiestas seguras que, sin embargo, se transforman en la peor pesadilla cuando un "no" contundente resuena como un "quizá si" o "en realidad quiere" en la cabeza del agresor. Nos jactamos de nuestra libertad, mientras infundimos el miedo en las nuevas generaciones con el noble motivo de que no se repitan nuevas agresiones, conscientes de que contribuimos a una sociedad injusta y menos libre para las mujeres. Se van a cumplir catorce años del asesinato de Nagore Laffage, pero las niñas que nacieron ese 2008, hoy adolescentes, seguirán sin disfrutar de la calle en libertad. l