l pasado 7 de noviembre la Real jugaba en El Sadar ante Osasuna. Con los goles de Merino y Januzaj sumó tres puntos. Desde entonces, día de San Ernesto, no ha ganado un partido de Liga fuera de casa. Ha disputado, en total, nueve encuentros en los que su mejor logro fue superar al Celta en Anoeta. Esa es la única victoria, porque el resto han sido empates y cuatro derrotas. Los fríos números no ocultan que en ese tiempo transcurrido el equipo ha marcado tres tantos y ha encajado once. No cuento aquí los cuatro de Copa ante el Betis, pero sí los de la Liga. A partir de ahí se pueden hacer las lecturas que se desee. Nos podemos ubicar en un montón de escenarios. Desde el catastrofismo hasta la realidad de una sexta plaza que el equipo ocupaba antes del partido de Mestalla. Sin duda, lo que hace bien el cuadro txuri-urdin es rentabilizar los pocos goles que marca y los pocos que encaja. Y no pretendo nada más, porque creo que el grupo da todo lo que lleva dentro y los técnicos se dejan la vida por llevar lo más arriba posible el proyecto que defienden. Ahí es imposible aplicar ninguna frialdad, sino el valor de la pasión que les mueve. Solidaridad, comprensión y apoyo.

Cabrían añadirse, como valores positivos del recorrido, las aportaciones de los jugadores de cantera que han dado la cara cada vez que se les ha otorgado confianza. Los números heladores de este tramo de la competición no se merecen tanto olor a incienso como el que se respira cada vez que los botafumeiros se ponen en marcha. De hecho, no han dejado de hacerlo desde que el colegiado Hernández Hernández dio el pitido de arranque en el Camp Nou en el primer encuentro del campeonato.

Hablo de estas cosas porque me llaman la atención. El equipo vive inmerso en una dinámica prolongada de sequía. Desde los tiempos de Moyes, no enlazaba tres encuentros seguidos sin mojar. Le cuesta aprovechar las ocasiones y sentenciar. El partido de ayer fue un claro ejemplo. Menos mal que Remiro (me pareció el mejor del equipo) sacó manos y pies para salvar, al menos, el punto que regala la federación. Simplemente, eso. Algún día cambiarán las cosas y lo que hoy se tuerce mañana se endereza. Imanol optó de salida por cambiar a siete jugadores en relación con la cita copera ante el Betis. Metió músculo porque sabía lo que venía por delante. Reservó a la gente de creación, la artística, para en los últimos minutos tal vez, con las fuerzas marchitas del rival, asestar el golpe de fortuna. No llegó la opción, porque el conjunto valencianista planteó un partido de poder a poder, serio, buscando un triunfo para acercarse a lo que tantos equipos quieren.

Como el partido se disputaba a las dos de la tarde no daba tiempo a hablar de paellas y arroces tan típicos en Valencia, ni del habitual café en el bar Suecia, menos ruidoso que el de Manolo el del bombo. Allí solíamos juntarnos antes de cada partido para conocer cómo estaban las cosas en el equipo ché y qué pálpito sentía la prensa local. Nunca fue un campo fácil. Ahora, tampoco. Sentía curiosidad por comprobar el papel y la actuación de Bryan Gil en el debut liguero del futbolista de Barbate que el viernes cumplirá 21 primaveras. El resto, lo intuía. La mano de Bordalás es alargada y sus equipos disponen de un sello muy personal. El 0-0 de la primera vuelta en Anoeta fue un calco de muchos partidos cuando entrenaba al Getafe. Se llevaron un punto y desesperaron al personal, tanto al que pisa el verde como el que ocupa un asiento en la grada. Como es más reciente, creo que el encuentro de Mestalla de ayer resultó más entretenido (espontáneo incluido) que el de Anoeta y que los dos equipos ofrecieron una disputa sin especular ni conceder nada al contrincante. Un pulso en toda regla que concluyó con empate sin goles. ¿Os gusta el punto? ¿Sabe a poco?

David Silva volvió al escenario en el que creció antes de dar el salto monumental de su carrera. Una cosa es defender otros colores y otra perder la memoria y no reconocer todo lo que un jugador como él (futbolista y persona) sembró en las gradas de Mestalla. “David se merece eso y mucho más”. Se disputaba el minuto 72 cuando Imanol decidió incorporarle al partido. La afición local se puso en pie y le ovacionó el tiempo que hizo falta. Antes de saltar al césped aplaudió con timidez a la grada, se giró a la tribuna principal y con un punto de timidez y sin arrogancia devolvió el cariño. Comió con sus compañeros en el hotel de concentración. No me preguntéis la hora, pero intuyo que en torno a las diez de la mañana. ¿Cuándo desayunaron? Mientras muchos de nosotros holgazaneábamos haciendo el primer café, los futbolistas se estaban metiendo un plato de pasta. ¡Qué horror!

Llevo en la memoria la imagen parecida del equipo Banesto de ciclismo. Coincidimos en el mismo hotel de la ciudad del Turia. Bajé al comedor para darme la habitual vuelta por el bufet, sin freno de mano puesto. En unas mesas cercanas se encontraban los corredores. Un cocinero preparaba kilos y kilos de espaguetis que iban cayendo a velocidad de vértigo en los platos de quienes debían pegarse varias horas pedaleando. ¡Hidratos al poder! Todo acompañado de frutas, avenas, batidos y no sé cuántas cosas más. Eso sí, ni medio croissant por los alrededores. No es fácil adaptarse a los cambios. Quien suscribe, después del café con leche de turno y los acompañantes de bollería fina, a falta de un cuarto de hora para el inicio del partido, se enchufó un par de croquetas de bacalao y un blanco de Valdeorras. Al terminar, antes de ponerme ante las teclas, un yogur y dos pastitas de coco. ¡No es vida!