a a ser como cuando nuestros abuelos flipaban viendo tobillos en un mundo donde todavía no habían llegado las minifaldas ni los biquinis. Llevamos demasiado tiempo sin vernos las caras. Yo aviso que sigo sin afeitar, como si estuviera en pleno agosto pero en febrero. El señor que me precede aquí los viernes, y que se sienta en la mesa de enfrente, me ha dicho que ya toca afeitarme, que cómo voy a ir así pisando la elegante Donostia. En realidad no me ve, es la persona con la que más hablo sin vernos las caras porque nos tapan las pantallas de dos ordenadores, el suyo y el mío, y encima tengo la mascarilla puesta en el curro, así que muy mala pinta tengo que tener. Sueño ya con el jueves de la libertad: cremita de afeitar, cuchillita de cinco hojas a estrenar, after shave sin alcohol, que soy un blando y me corto mucho, y a la calle. Me buscaré un sitio así como vistoso pero recogidito, ya saben que no puede haber multitudes, y en el momento menos esperado tiraré de la gomita y zas, despelote facial. Se cruzarán nuestros ojitos sedientos de mejillas y barbillas, y si la cosa va a más, con suerte salimos en la portada de algún periódico. Sin copa, que la han gafado. Al grano, a veces tengo la sensación de que el mundo se repite y yo con él. ¿Me ocurre a mí solo?