l modelo de desarrollo, bienestar y cooperación europeos, en el que la democracia y sus mecanismos de protección y legitimación del ejercicio del Gobierno beben del equilibrio de poderes y la protección de los derechos y libertades sufre un tensionamiento en este siglo que alcanza picos de riesgo más allá de lo razonable. La Europa unida, con sus instituciones comunes y sus procedimientos de cooperación y mutuo respaldo y corresponsabilidad, que fue un factor de estabilidad tanto más exitoso cuanto más profundizó en la cohesión de sus miembros durante la segunda mitad del pasado siglo, encara en este una sucesión de crisis de toda índole que alcanzan su colofón ahora mismo en sus fronteras orientales. A las crisis financieras y de deuda sucesivas desde 2008 se añadió la fractura interna del brexit y la difícil digestión de una ampliación al este europeo que ha introducido en el corazón de la Unión Europea los factores disgregadores con los que algunos de sus nuevos asociados han llegado. Es el caso de la contestación política al modelo de justicia equilibradora de los tribunales compartidos a cuyo criterio rechazan supeditarse Polonia o Hungría, cuya deriva autoritaria amenaza la esencia misma de la convivencia interna. A la resistencia recalcitrante, en el caso reciente de Polonia, a asumir la prevalencia de los tribunales europeos se añade una reforma legislativa que sitúa a los jueces en situación de debilidad frente al arbitrio del poder ejecutivo, coartando su independencia. Este de la deriva autoritaria es un problema que empieza a enquistarse y amenaza con desplazar el centro de la protección de derechos y libertades europeas hasta someterlo a prioridades ideológicas no necesariamente asumibles. En paralelo, la frontera exterior está igualmente tensionada por la estrategia expansionista de Rusia, que ha puesto a las puertas mismas de la Unión un conflicto nacional con derivadas bélicas en Ucrania. La foto de la intervención rusa en Kazajistán, junto a su despliegue militar en Bielorrusia habla de que su área de influencia no es meramente teórica sino militarmente tangible e intervencionista. La amenaza de inestabilidad es demasiado real pero pasa casi desapercibida en la Europa de la pandemia y los pulsos políticos de corto plazo. Viene una prueba de fuego para la nueva hornada de mandatarios europeos y los liderazgos están por consolidar.