e tantos sucesos que pasan por nuestras manos, los periodistas acabamos levantando con frecuencia una suerte de muro o coraza emocional, supongo que como hará el personal sanitario de la UCI, o de un tanatorio, profesionales que dan lo mejor de sí mismos pero que, obligados por su trabajo, se asoman a diario al abismo de la muerte. El ser humano desarrolla su propio mecanismo de defensa ante el dolor, y el trance final, se quiera o no, forma parte de nuestras vidas. En ese torrente informativo, hay sucesos llamativos que son flor de un día. Garantizan la audiencia durante unas horas pero pronto pasan y se olvidan, como una mala canción de verano. Hay imágenes, en cambio, que parecen perseguirte sin descanso. A mí me está ocurriendo desde el miércoles pasado, cuando conocimos la condena de 37 años de prisión y dos meses a Bara N., acusado de degollar a su mujer, Maguette, en su vivienda de Bilbao. Le asestó al menos 83 cuchilladas delante de sus hijas, de 2 y 4 años, que se quedaron a solas junto al cadáver de su madre durante 24 horas. ¿Se imaginan de niños y niñas a esa edad frente a semejante escenario? Solo de pensar en esas criaturas doy gracias por la vida que tengo y he tenido y se me borran de un plumazo mis traumas infantiles.