uando las Torres Gemelas colapsaron, todo lo que ya estaba cambiando empezó a cambiar. Antes, decían, no pasaba nada, el mundo iba más despacio y era más aburrido, aunque gente que aún nos rodea vivió la Primera y la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría que casi desata la Tercera y alguna otra cosa más que nos podemos dejar en el tintero con tal de no alargar en exceso este divertimento que no debe servir de base para ninguna tesis doctoral. Se vivía a otro ritmo e incluso, también dicen, hubo épocas felices. En el siglo XXI ya llevamos tres crisis desde aquel 11-S que puso patas arriba el desorden mundial. La primera crisis, de seguridad: viajar, en especial en avión, no es lo que fue. La segunda, la financiera, tras el colapso de Lehman Brothers y aquel negocio de las subprimes. Y la tercera, la sanitaria, que como las otras dos, tendrá -además de las vitales- consecuencias económicas directas. Habrá entonces otra oportunidad de retomar la vida de otra manera. Sin exageraciones ni prisas por coger un tren que quizá ya se marchó. Antes, decían, la vida iba a un ritmo en el que no pasaba nada. Ayer, de tuits que no importaban a nadie llegamos a leer noticias. E histeria. Hasta que llegó el virus.