Hogaño nuestro Congreso de los Diputados está sobrado de hojarasca, mientras el populacho estamos deseando ver cómo empieza a crecer la hierba de una puñetera vez. El sentido común que destila el hemiciclo se da en dosis tan diminutas que ni siquiera el ritual de solemne hechura de la Cámara, la cobertura mediática “ad hoc”, ni siquiera el paternalismo solícito y constante hacia los excluidos del sistema que muestran sus señorías, consiguen anular nuestra predisposición a colgarles el sambenito a todas ellas, a todos ellos. Los portavoces, esas personas en las que se visualizan los distintos partidos políticos, nos acaban pareciendo unos pelotaris faltos de saque. Hay una o dos excepciones. Aitor Esteban va creciendo en su oratoria jornada tras jornada, y podemos decir que hasta las salva de ser fallidas por completo. Sus imágenes tan vivas, sus ejemplos tan próximos, sus sugerencias tan precisas en los detalles, sus reprimendas tan llenas de bondad. Confieso que consigue impresionarme cuando a través de su claridad y su expresividad veo aparecer en instantes muy concretos, en medio de ese ambiente nebuloso y hasta lúgubre, la jocosidad, la alegría y el genio de un La Fontaine.
Hace poco falleció un profesor al que no olvidaré nunca. Amable, riguroso y atento, además de conocimientos y métodos de estudio, nos trasmitió un afán por saber que en mí aún perdura. Consecuente con su vocación y responsable con su trabajo, fué capaz -con respeto y no poca paciencia-, de implantar en sus alumnos el amor por la materia a la que dedicó su vida.
Entregado en cuerpo y alma a su trabajo docente, evitó ocuparse de otras actividades que le distrajeran de ese, su objetivo. Puestos administrativos, ofertas de centros de investigacion, hasta cargos políticos, rechazó, Tan comprometido estaba con la formación de sus alumnos.
Qué currículum tan distinto del de tantos colegas suyos que simultanean con la enseñanza otros trabajos y ocupaciones que nada tienen que ver con ella. Desde presidir fundaciones, hasta enmarcar cuadros, innumerables son las actividades que llevan a cabo no pocos profesores, desinteresados por cumplir con la tarea formativa por la que reciben un buen sueldo.
Esa es la diferencia fundamental de nuestro sistema educativo respecto de países como EEUU, o del norte de Europa, donde el profesor, que conoce personalmente a sus alumnos y sus circunstancias vitales, les dedica una atención personal y se preocupa realmente por su aprendizaje. Sin enseñantes como estos, nuestro país nunca alcanzará el nivel de los países más desarrollados.