Todavía no me lo explico, porque tampoco sé si hay una explicación plausible. Perder a un hijo de una manera tan cruel como inesperada puede llevar a cualquier madre a perder la cabeza. Pero a ella no. Fátima no solo no la perdió, sino que trató de evitar la fractura social iniciada por unos insultos xenófobos a través de las redes sociales que amenazaban con estallar en la calle. Sin dormir, con los ojos llorosos pero la voz firme, lo dijo una y otra vez: “No quiero fomentar el odio”. Y fue más allá pidiendo más medidas tanto para la integración de aquellos que no tienen los recursos de los que disponemos aquí como para la educación en valores. Toda una lección de ética que no se espera de a quien le han arrancado el corazón de cuajo por el mísero precio de un paquete de tabaco. Me recordó también a otra situación vivida no tan lejos de aquí. Un joven de 32 años perdió la vida a manos de dos personas de nacionalidad extranjera. En esta ocasión medió una paliza por el precio de un móvil. Este mismo mes se cumplieron nueve años del asesinato, en el que la familia también dio la cara en tan difíciles momentos para evitar la crispación social. La altura moral que han demostrado estas personas es difícil de imitar, aunque sería lo deseable cada vez que alguien antepone la violencia al diálogo.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
