La muchedumbre solitaria fue un memorable informe, escrito (1960) por David Riesman, sociólogo de Harvard, que analizaba la sociedad occidental surgida tras la segunda guerra mundial. Demostró que la sociología podía profundizar mucho más a través de sondeos minuciosos que la Antropología, con estudios de campo mucho más limitados y proyectos menos ambiciosos. Las encuestas de opinión pública que había popularizado Gallup, a mediados de los años treinta, ayudadas por los adelantos estadísticos en lo relativo al manejo de datos, poseía una gran riqueza tanto en términos cuantitativos, como en detalles y en su naturaleza representativa. A los dígitos aportados por las encuestas, Riesman añadía el estudio de factores tales como la propaganda, los sueños, y las prácticas relativas a la educación de los niños. Eran elementos que, según aseguraba, se habían convertido en “el material de la historia”. Por lo tanto, con semejante herramienta, tanto él como sus colegas se sentían capaces de pronunciar una serie de veredictos acerca del carácter del ciudadano occidental con una certeza de la que carecían por completo los antropólogos de su tiempo. La muchedumbre solitaria apareció el mismo año en que el senador Joseph McCarthy anunció en el Club de Mujeres Republicanas de Wheeling (Virginia Occidental) aquella famosa lista negra: “Tengo en mi mano una lista de agentes comunistas infiltrados en el Ministerio de Asuntos Exteriores”. Hasta entonces McCarthy había sido un político mediocre, a partir de ahí se transformó en un Tomás de Torquemada, que convirtió a sus conciudadanos en una sociedad angustiada. Estos días escucho voces, declaraciones, tertulias de personajes que antes eran completamente anónimos, y que ahora han escalado a distintas cátedras y poltronas desde donde imparten doctrina, anatemas y falsas verdades que impactan en la ciudadanía. Intentan hacernos ver una realidad limitada y simple tal como ellos la ven, provistos de orejeras que empobrecen la realidad.