La tesis principal de José Ortega y Gasset en su libro La rebelión de las masas (1930) es que la sociedad está degenerando a consecuencia del crecimiento constante del hombre masa, del individuo anónimo y alienado carente de un pensamiento propio, crítico y preciso. Ortega estaba convencido de que la verdadera democracia tenía lugar solo cuando el poder era elegido por una minoría selecta. Para él, la inmensa mayoría de ciudadanos somos seres mediocres y hueros, que nos esforzamos en homogeneizar a la sociedad haciéndola abdicar de sus ideales. Esta tesis, teóricamente desautorizada y superada en los años posteriores, pervive actualmente en los círculos del poder y se retroalimenta adoptando fórmulas cada vez más osadas. La minoría selecta censura los resultados electorales cuando le son adversos, calificándolos de irracionales e irreverentes, contrarios a los intereses patrios. La masa de votantes para ellos es ignorante y se deja manipular y tergiversar por personajes sin escrúpulos, a los que hay que juzgar y condenar como vulgares delincuentes. Su delito, prestar la voz a miles de ciudadanos que expresaron su opción en las urnas. Las elites selectas personalizan a sus rivales, los penalizan, los desprestigian, los calumnian y tratan de cercenarles de su mandato electoral. Puigdemont, como cualquier opción que se aleje del poder central, es una voz molesta que hay que acallar. En ningún caso se le tratará como representante de una opción neta y mayoritaria que demanda un cambio radical. La minoría selecta estará dispuesta a impedir su investidura y para ello dispone de los tres poderes del Estado, y también del cuarto con sus titulares poco honestos, que carecen de veracidad. Si miran bien a la sociedad actual, podrán percibir síntomas de esa rebelión creciente, de un cansancio por tanta corrupción constante. Si observan verán que en las calles no hay masa informe, sino ciudadanos de primera, capaces de discernir y de tomar decisiones. Es hora de mostrar la disconformidad.