el saludo es una muestra de cortesía y educación que, lamentablemente, parece ir perdiendo arraigo. Si tienes por costumbre hacerlo, lo cual revela ciertos detalles sobre tu buena formación, no esperes nada a cambio. La experiencia demuestra que no debes pensar en nada más que en tu propia acción, porque de lo contrario llega la frustración. Al conocido que tienes en frente no se le pide nada sobrenatural. No tiene que frotarse contigo las narices como en Groenlandia, ni siquiera inclinar la cabeza como en los países orientales. Basta con un “kaixo”, “epa”, “hola”, “iep”, o si me apuran simplemente levantar una ceja. Vamos, cualquier manifestación por mínima que sea que demuestre que hay un ser humano ahí en frente y no una piedra. El saludo es (¿era?) un pilar básico en la educación de las personas, pero qué lejos queda aquello que decían nuestros mayores de “más vale saludar de más que de menos”. Cruzarte a diario con personas que ignoran tu gesto parece una nueva moda. Hay situaciones tan violentas que acaban sacando lo peor de ti, porque dejas de saludar a esa persona cuando, por educación, te enseñaron desde pequeño que así debes hacerlo. No es tan difícil. No te rebaja socialmente. Es gratis. Tan solo es cuestión de práctica. Puedes hacerlo.