El escritor, dramaturgo y periodista norteamericano Eugene O’Neill (1888-1953) manejó magistralmente el realismo dramático, impulsado años antes por Chéjov, Ibsen y Strindberg, alumbrando tres obras maestras: El luto le sienta bien a Electra, Llega el hombre de hielo y Largo viaje de un día hacia la noche. En esta última, la acción transcurre en una habitación cada vez más oscura y neblinosa donde se reúne diariamente la familia Tyrone. En uno de los momentos, un hermano confiesa al otro: “Te quiero mucho más de lo que te odio”. Amor y odio son también las dos palabras antagónicas que polarizan la relación de Europa con la inmigración. Ayer se publicó un eurobarómetro especial de la CE sobre la actitud de los ciudadanos europeos hacia la inmigración. Los resultados de la encuesta realizada a 28.000 personas de los veintiocho estados comunitarios expresan un alto grado de solidaridad. Según el sondeo, el 88% se muestra favorable a que la UE mantenga sus fondos de ayuda humanitaria a los países “fuera del bloque comunitario, pese a la considerable presión que están experimentando en sus finanzas públicas”. Esta actitud es incluso siete puntos mayor en España. Igualmente, un 66% apoya que la ayuda humanitaria esté gestionada por la UE en lugar de por cada Estado miembro por separado, si bien esta idea ha perdido siete puntos de respaldo con respecto a 2016. En España, la tendencia asciende al 74% o, dicho de otro modo, los españoles se sitúan en puestos punteros de la generosidad continental. Hasta aquí se ha esgrimido solo uno de los dos términos descritos por O’Neill, el amor. Pero la xenofobia también está presente en el barómetro, aunque con letra pequeña. Porque lo que prefiere la población europea es que se pague lo que sea para alejar el problema de la inmigración de nuestras ciudades. Es deseable pagar unos miles de millones de euros y mantener a hombres, mujeres y niños de Siria, Afganistán, Pakistán o África distantes de nuestras calles y lo más lejos posible de nuestras casas.
