Apreciado Fernando Savater. Pocas veces me permito escribir una carta de carácter personal en un medio público. Sin embargo, si algo he aprendido de tu oficio es que la escritura, si no tiene lectores, carece de sentido. Confío en que sepas entenderlo, especialmente cuando me dirijo a alguien que ha hecho de la escritura pública una parte importante de su forma de vida. De hecho, comencé este periplo por el apasionante camino de la reflexión y el pensamiento hace ya doce años motivado por tu ejemplo. Debo confesar que mi aproximación a tu obra no devino de la lectura de tu Ética para Amador. El hecho de que fuese lectura obligada en la Ikastola, supongo que por la subversión propia de la adolescencia y del hecho de que ya entonces era un lector empedernido, me impedía disfrutarlo. Mi encuentro contigo fue más íntimo, más personal, más libre. Había por casa un libro dedicado a los aitas con un título tan sugerente que no puede resistir abrazar: El Jardín de las Dudas. Debía de ser el verano de 1999 cuando pasé largas horas leyendo y releyendo aquellas cartas entre François Marie Arouet, alias Voltaire, y Carolina de Beauregard. Entre los pasajes de aquella obra sublime siempre quedará grabado en mi memoria la carta desesperada, el canto a la vida, que escribía Voltaire a su compañera epistolar a la muerte del hijo de esta. Esa reflexión, recuerdo, tal vez obnubilado por la idealización de la juventud perdida, me llevó a dedicarme a lo que me dedico: la filosofía.
Sin embargo, ese mismo camino me ha llevado a tratar de estudiar, analizar y entender la compleja y heterogénea realidad que me rodea. Esa realidad, por azares del destino que quisieron que naciera en la misma ciudad bañada por el agua de La Concha, no es otra que Euskal Herria. No me refiero a la Euskal Herria política, jurídica, lingüística o cultural. Esa es otra discusión. Me refiero a la realidad imaginada, como afirmaba Benedict Anderson (Comunidades Imaginadas), de Euskal Herria. Con sus paisajes, gentes, mitos y costumbres percibidas. Desde entonces he tratado de entender cómo podía ser que una comunidad tan rica y tan diversa como la nuestra pudiera estar tan profundamente marcada por el conflicto, la crispación y la tristeza. La tristeza profunda de ver cómo quienes luchasteis por la libertad y la tolerancia ante la sinrazón nacional, católica y fascista de la dictadura franquista podíais estar padeciendo la sinrazón de la violencia de ETA. Cómo podía ser que quien conversaba -literal o figuradamente- con Vattimo, Habermas, Derrida o Todorov, entre otros, estuviera subyugado al terror del intolerante. Cómo era posible que quien decía pertenecer a esa misma comunidad imaginada a la que yo pertenezco, Euskal Herria, pudiera ejercer la barbarie en nombre de esa misma comunidad. Ahora sé que en realidad no pertenecían a esta comunidad, pero esa es otra historia.
Ni lo entendía entonces ni puedo entenderlo ahora. Sin embargo, tampoco entendí ni entiendo tu postura. No se cuánto habrás sufrido durante todos estos años. Por más que quiera ponerme en tu lugar, como ocurre cuando tratas de ayudar a un amigo que ha sufrido una pérdida, esa realidad y sus respectivas vivencias solo puedes conocerlas tú. Sin embargo, hubo otros, con mucho menos dominio de la lengua, la ironía, la cultura, el arte de la provocación y los juegos del lenguaje, que también padecieron ese calvario y no han caído en ese discurso. Otros que también padecieron la injustificada e injustificable violencia de ETA. Hubo también quienes padecieron otras violencias, pero no caeremos aquí bajo la “amenaza de la simetría”. El punto no está en cuestionar tu sufrimiento como víctima, sino en tratar de entender tu discurso público.
Quiero creer que tu postura es una fachada, que si nos sentáramos en un banco del paseo frente a la bahía, a la sombra de un tamarindo, sostendrías planteamientos muy distintos. Entenderías que esa comunidad imaginada, con su cultura, historia, lengua e instituciones (contingentes) es tan legítima como cualquier otra. Una realidad que ha sido (y lamentablemente es) vivida a la Le Pen, sí, pero también a la Atxaga, Ordorika o Innerarity. Una realidad que es vivida de maneras tan distintas como individuos la componen. Pero que no por ello deja de estar ahí. Podremos discutir sobre cómo hacemos compatible la coexistencia de cada una de las comunidades imaginadas que conviven en esta parte del mundo. Sin embargo, ello exige una tolerancia basada en el aprecio (esteem tolerance, que diría Rainer Forst, director de la Escuela de Frankfurt que tan bien conoces) que, lamentablemente hace tiempo que no veo en tus escritos. Una tolerancia que exige conocer al otro, valorar lo bueno sin temor a caer en la tolerancia del intolerante. Como decía John Rawls en Derecho de Gentes, “no debemos permitir que los grandes males del pasado y del presente minen nuestras esperanzas por un futuro en el que nuestra sociedad pertenezca a una Sociedad Mundial de Pueblos liberales y decentes. De lo contrario, las conductas injustas, malas y malignas de los otros terminan destruyéndonos a nosotros y se sella su victoria”.
Me cuesta creer que habiendo compartido esas aventuras de piratas, detectives y esfinges de hielo en la playa de La Concha no veas con cierta naturalidad que en esta comunidad imaginada de la que tanto te empeñas en distanciarte hay aspiraciones tan legítimas como positivas. Entiendo que no es la tuya. Posiblemente tu caso sea uno de aquellos casos excepcionales en los que el arraigo a una comunidad imaginada sea un concepto decimonónico completamente ajeno. Así, consideras que lo único importante es el marco jurídico-político como un a priori neutro que se autolegitima y los individuos somos átomos que se acoplan a posteriori. Sin embargo, ambos sabemos que esa falacia liberal ya ha sido ampliamente rebatida. Conociendo, que no sabiendo, todo por lo que has tenido que pasar, no me resulta de extrañar que sigas defendiéndola. Sin embargo, una persona de tu bagaje debe saber que los intelectuales, sea cual sea su experiencia vital, tienen la obligación de ser responsables con sus actos, sus palabras. Tu último artículo en el periódico donde acostumbras a publicar (Nacionalismo: Nubarrones) resulta intelectualmente pobre y socialmente irresponsable ¿En qué sentido contribuye a aquello que tanto ansiamos: mejorar la convivencia? No creo que sea tu objetivo alentar a la masa intolerante con un discurso populista. No obstante, no puedo evitar reconocer que, muy a mi pesar, caes de lleno. Mezclar citas de Tony Judt con una burda simplificación del tan complejo como maravilloso proyecto europeo, la ilegalización de Herri Batasuna con el proceso catalán o el modelo de Estado español con Orwell resulta de una vulgaridad y obscenidad intelectual que no se corresponde con el brillante escritor que eres.
Hay infinidad de motivos sociales, políticos, jurídicos y morales para maldecir la existencia de ETA. Sin embargo, desde el egoísmo más irreflexivo, debo decir que personalmente una de las nefastas consecuencias que más me ha afectado es haber perdido la oportunidad de que personas de tu bagaje pudieran trabajar por mejorar este país: el de aquí, el de allá o el de acullá. Quienes creemos que podemos ser ciudadanos euskaldunes del mundo lamentamos profundamente tu deriva. No obstante eso no me impide reconocerte que de no ser por ti, por haberte encontrado aquel verano entre los empolvados libros de la estantería, posiblemente ni tan siquiera me hubiera planteado estas cuestiones. Noizbait Kontxako abenturaren batean topo egingo dugulakoan, nire esker on beroena.
Hubo otros, con menos dominio de la lengua, la ironía, la cultura, el arte de la provocación y los juegos del lenguaje, que también padecieron tu calvario y no han caído en tu discurso
Consideras que lo único importante es el marco jurídico-político como un a priori neutro que se autolegitima y los individuos somos átomos que se acoplan a posteriori