Síguenos en redes sociales:

Poner puertas al campo

Hay quienes sugieren que la reducción en la tasa de aumento de la población es el origen del problema, cuando más bien habría que analizar la evolución demográfica como consecuencia de la de la propia economía mundial: en las economías capitalistas modernas, la gente tiene más o menos hijos en función de sus expectativas económicas y estas llevan varias décadas de capa caída. Otros apuntan que a causa de la creciente desigualdad en la distribución de la renta a favor de los ricos, y de los enormes desequilibrios en el comercio mundial, habría un exceso de ahorro en manos de los más pudientes y de los países que acumulan grandes excedentes comerciales, en un volumen muy superior a la demanda de inversión productiva. El exceso de ahorro reclama en forma de rentas una parte creciente del valor añadido, produciendo burbujas especulativas y reduciendo el crecimiento real. Como argumento de coyuntura puede valer, pero no explica los determinantes ni de la desigualdad ni del estancamiento secular de la economía.

Hay una aparente paradoja entre la afirmación de que la innovación es el principal factor detrás del crecimiento económico y el hecho de que en lo que va de siglo, en un periodo de fuerte concentración de cambios tecnológicos, basados en la producción inmaterial, el silicio, la economía en red y la globalización, el producto por habitante en los países desarrollados solo crezca a un raquítico 0,7%. La economía mundial solo crece mediante la ampliación de capacidad -en particular en China, que acumula la quinta parte de todo el crecimiento mundial desde el año 2000- o por medio del endeudamiento: el 16% de crecimiento que proviene de Estados Unidos, equivalente a 7,1 billones de dólares, es la mitad de lo que aumentó en este siglo su deuda pública: 12,8 billones de dólares. La contribución de la Unión Europea al aumento del PIB mundial ha sido aparentemente de un 22% (9,8 billones de dólares), pero, de estos, 5,4 billones corresponden a la demanda creada con la deuda pública acumulada en el periodo.

Para entender este fracaso de las nuevas tecnologías en lograr aumentos significativos del producto mundial, puede ser útil revisar lo que sabemos de la caída del Muro de Berlín. Resulta sorprendente que quienes con la caída del sistema soviético vieron sus convicciones tambalearse, como quienes las vieron reafirmarse, hayan explorado muy poco las causas de dicho fracaso. En realidad, la crisis del sistema soviético se encuentra en sus limitaciones políticas y no en que su sistema de organización económica haya sido más ineficiente que el capitalista, que no lo fue.

Desde hace cincuenta años, se sabe que en las sociedades humanas la comunicación de procesos de información de relativamente baja energía se utiliza para controlar procesos materiales y energéticos de relativa alta energía. Mediante este complejo sistema de retroalimentación social, se logra reducir la entropía, y se dota de algún sentido a la noción de progreso.

Mientras la comunicación se limitaba al habla, las comunidades humanas eran bastante simples, limitadas en su tamaño por la distancia del oído. Con la aparición de la palabra escrita, los sistemas sociales pudieron crecer en tamaño, complejidad y distancia. Los modernos medios de comunicación añaden velocidad y volumen a los mensajes y el resultado de dicha interacción social es el desarrollo de sociedades más complejas como el capitalismo internacional de los Estados del siglo XIX, favorecidos por el telégrafo, el capitalismo multinacional del siglo XX, con el teléfono, la radio y la televisión, y el capitalismo del siglo XXI con la comunicación en red.

La tercera revolución industrial, basada precisamente en una aceleración de los complejos procesos comunicativos y su aplicación a la organización social y económica, chocó con un sistema como el soviético, basado precisamente en el bloqueo de los flujos de información, en su supresión y control administrativo. El socialismo soviético, como sistema de comunicación, es incompatible con el actual grado de desarrollo social, el grado de complejidad técnica de las sociedades humanas.

El problema que afecta al crecimiento en el capitalismo desarrollado es en esencia el mismo, solo que en este caso no es la burocracia quien intenta controlar la información en tanto que fuerza política, sino el capital quien aspira a controlar la información como fuerza productiva y someterla para servir como fuente de rentas privada.

La revolución tecnológica de la comunicación también pone en cuestión la viabilidad del sistema capitalista, el cual sustituye la comunicación interhumana por la información sesgada de los precios, y degrada de forma masiva los procesos informativos en forma de publicidad y propaganda. Los ejemplos de este callejón sin salida se multiplican y afectan a las dimensiones más esenciales de la vida biológica y cultural del género humano. No hay ninguna racionalidad en que la apropiación privada del conocimiento sitúe como un valor jurídico y político superior las rentas de monopolio de una multinacional farmacéutica, las cuales hay que proteger a costa de la vida de miles de enfermos curables de hepatitis C. ¿A qué lógica de optimización responde que las prioridades de la investigación médica las decida el máximo beneficio monetario y se orienten por tanto hacia la cronificación de las enfermedades, en lugar del máximo beneficio social que supondría orientarla hacia la cura?

Desde hace dos décadas, las modificaciones legales y contables relativas al conocimiento refuerzan el control privado de la información y el valorarla en función de la generación de rentas. La lucha por establecer límites cada vez más punitivos a la voluntad de comunicación universal alcanza límites grotescos, como que las universidades tengan que pagar una renta por comunicar la información que ellas mismas generan. Así, la UPV/EHU ha tenido que cerrar el acceso al servicio de información sobre noticias publicadas sobre o por la propia universidad en medios de comunicación, por las demandas de una sociedad privada de gestión de derechos de reproducción, gracias a una legislación promovida por los gobiernos del Estado, este y el anterior, que permite a esta sociedad cobrar por todo texto reproducido, no solo por las obras de autores que le encargaron su gestión (según la entidad, alcanza cuatro millones de obras, mientras que la red de bibliotecas universitarias contiene 29 millones) sino incluso por las obras que explícitamente se han publicado bajo licencias de acceso abierto o de las propias universidades.

Por mucho que se repitan los mantras de moda, la ampliación de las restricciones de uso del conocimiento en forma de patentes no aumentan la innovación y la productividad -salvo quizá en el sector químico- y la evidencia empírica apunta a todo lo contrario. Situar la búsqueda de rentas de monopolio como motivo esencial de la generación y de la limitación de su comunicación es precisamente la causa principal del estancamiento global.

Pese a todo, inasequibles al desaliento, los políticos insisten en negar la evidencia y proclamar que la verdad es la propaganda. Por ejemplo, en enero el documento del comité del Parlamento Europeo que analiza las negociaciones del acuerdo de comercio e inversiones con Estados Unidos incluía afirmaciones de este calibre: “Los derechos de propiedad intelectual son la piedra angular de la economía del conocimiento de la UE y de los Estados Unidos y, por tanto, es importante que el ATCI incluya un capítulo de gran envergadura sobre los derechos de propiedad intelectual”. El relator abogaba por que el capítulo relativo a una inexistente -salvo cuando se crea artificialmente en forma de rentas- “propiedad intelectual” sea “el más ambicioso” del acuerdo.

Vemos cómo los políticos se esfuerzan cada día por legislar a favor de limitar la libre circulación del conocimiento, eliminando las servidumbres de paso, los caminos y carreteras del conocimiento, dejando solo las autopistas de peaje. Que se pretenda hacer eso mismo con la red global de comunicación es un claro síntoma de la capacidad autodestructiva de las sociedades de control, sea este político-administrativo o jurídico-mercantil.

La sociedad del futuro, cualesquiera que sean sus rasgos, si es una superación y no una degeneración del actual sistema, será sin duda una sociedad en la cual la comunicación humana ocupará un papel mucho más relevante. En esa evolución, las características fundamentales del sistema capitalista -la propiedad privada y el dominio del mercado sobre todas las relaciones sociales- irán perdiendo cualquier rastro de funcionalidad frente a una sociedad democrática y de individuos libres y plenos, en la que la gratuidad sustituya al intercambio, y la actividad individual confirme de forma directa y realice la verdadera naturaleza humana, que es su naturaleza social.