Una nueva guerra se avecina en el horizonte. Otra vez en Irak, la tercera en 20 años. Estos días, bajo el liderazgo de Estados Unidos, se está preparando una alianza internacional con la misión de frenar la expansión del Ejército Islámico, que ha progresado de forma extraordinaria en Siria e Irak, ocupando grandes extensiones de terreno, donde impone una versión fanática y sangrienta del Corán. Los degollamientos de los periodistas occidentales, las brutalidades que relatan los miembros de las comunidades amenazadas que huyen ante su avance o las torturas que ayer recogía la ONU en un informe por motivos tan estúpidos como vestir tejanos o descargar música en un teléfono móvil nos espeluznan y actúan como combustible para una contundente reacción occidental. Todo adquiere una dimensión nueva cuando se descubre que miles de musulmanes europeos participan en esta revolución. Pero convendría no olvidar que este yihadismo de nuevo cuño es hijo de la ilegal, mentirosa y devastadora guerra que promovió el trío de las Azores contra la Irak de Sadam Hussein. Responder al Ejército Islámico sin depurar las propias filas, por ejemplo, llevando ante la justicia a Bush, Blair y Aznar, es doble rasero; salvo que creamos que una bala occidental duele menos que una islamista.