la aventura de Robinson tiene la virtud de presentar al hombre al borde del descubrimiento de su ser esencial. La isla desierta, en la novela del londinense Daniel Defoe, no es una isla para escapar de la sociedad. El protagonista no la ha elegido como un lugar donde aislarse de la misma. Crusoe no es un escapista, Crusoe es un náufrago. Frente a la opción de quien en ejercicio de su libertad se marcha a vivir a un lugar recóndito para olvidarse de sus problemas, la isla de Robinson es un lugar donde, de manera accidental, el personaje se enfrenta a sus miedos interiores, pero también a sus propias posibilidades. Esta es la isla que le interesa a Defoe. Un lugar perdido en el mapa donde el protagonista se abre a lo nuevo.
La isla de Defoe sirve de punto de inflexión para que las capacidades innatas del ser humano, en formulación clásica del liberalismo individualista inglés, sean explotadas. Robinson es una persona reflexiva e inteligente, y la isla, el lugar ideal para que su inteligencia primordialmente práctica encuentre un espacio donde desarrollarse. Visto así, nos encontramos con la paradoja de que la isla de Robinson no es como muchos creen, un alegato del aislacionismo, sino una defensa de la imaginación como punto de encuentro con la sociedad. El individuo queda ligado a sus recuerdos, a su ser social, de quien era antes del naufragio, para poder explotar sus capacidades. Robinson es un alegato del individuo como ser social y la isla, el lugar en el que Defoe plasma un programa político que constituye el sustrato ideológico del constitucionalismo británico moderno.
Defoe fue también un activista político enviado a Escocia por el gobierno inglés. Su labor consistió en convencer a los políticos escoceses de la idoneidad de la firma del Tratado de Unión de 1707, el mismo que ahora está siendo debatido en Escocia, visto desde aquí, en envidiable armonía y espíritu de convivencia. El escritor mostró una especial capacidad para amar la particularidad escocesa y servir al mismo tiempo al programa unionista que entendía como el más favorable para los intereses del Reino Unido. Escocia fue para Defoe, lo que la isla fue para Robinson.
La literatura es una herramienta tan laxa que permite a quien la emplea el sostener argumentos que pueden estirarse hasta el infinito. El presidente del Gobierno dio muestras de ello la semana pasada. Pero, la isla a la que aludió está conectada genealógicamente al liberalismo inglés y a la acción, no a la idea de aislarse de la sociedad. Sería bueno que retirado a una isla desierta para reflexionar sobre su papel en la contienda con los catalanes, el presidente se encontrara con su homónimo británico, político que representa en la actualidad los valores que Defoe defendió en su día: David Cameron. Así, la isla constituiría también un punto de inflexión para quien, paradojas del destino, empleó la metáfora de la isla de Defoe.