INVIERNO de 1940-41, Francia. Es de noche en el París ocupado por los alemanes. Algunos parisinos escuchan, no sin tomar todas las cautelas, la emisión en francés de la BBC de Londres. Con la melodía de La cucaracha, una voz canta-repite "Radio-París ment, Radio-París ment, ¡Radio-París est allemand!" (Radio París miente, Radio París miente, Radio París es alemana). Sabemos cómo se había llegado a eso: en junio de 1940, los parisinos asistían entre curiosos, aliviados o rabiosos (los menos) al desfile victorioso del Ejército nazi bajo el Arco del Triunfo. El mariscal Pétain, vencedor de los alemanes en la I Guerra Mundial, aceptaba la Ocupación con estas palabras: "Con honor y para mantener la unidad francesa (?) tomo hoy el camino de la colaboración. Esta colaboración debe ser sincera. Debe implicar un esfuerzo paciente y confiado". La declaración, hecha por un héroe francés respetado, tuvo una profunda influencia, quedando así acuñado para la historia el término "colaboración". Digámoslo a las claras, en 1940 la mayor parte de los 40 millones de franceses era petainista. Pronto aprenderían, como alguien dijo, que colaboracionismo quiere decir: dame tu reloj y yo te daré la hora.
La ocupación militar se combinó con una inteligente política cultural por parte de los alemanes. Los nazis trataban la lengua y la cultura francesa infinitamente mejor que cualquier otra lengua o cultura del resto de países que habían ocupado. Sirva como ejemplo de contraste Polonia y el genocidio cultural que sufrió durante la II Guerra Mundial. La tradicional admiración de los alemanes por todas las expresiones culturales francesas, a excepción quizás de la música, estaba tras el trato deferente. Pero, sobre todo, se trataba de cálculo político: la mejor manera de conseguir la sumisión francesa era profundizar en la división izquierda-derecha, projudíos-antijudíos, laicos-religiosos, que afloró al final del siglo XIX con el affaire Dreyfus y se agudizó en los años 30 tras la crisis económica de 1927.
La necesidad de un cambio y la percepción de que el viejo mundo corrupto era incapaz de hacer frente a las dificultades económicas de Francia llevaron a un relevante grupo de intelectuales franceses a posiciones radicales de derecha en apoyo de Pétain, quien sustituyó el lema republicano "Libertad, Igualdad y Fraternidad" por el de "Trabajo, Familia, Patria"; o directamente al nazismo.
La izquierda era un espejo roto en pedazos. Los comunistas habían mantenido una política errática, contra los socialistas primero, a favor de un Frente Popular de la mano de aquellos después, antifascistas hasta el pacto entre Hitler y Stalin (1939), ilegalizados hasta la derrota de Francia en 1940, ilegitimados hasta la invasión de la URSS por los alemanes en 1941... Está documentado que solicitaron de las autoridades alemanas de Ocupación la publicación de su periódico L'Humanité y que si no lo consiguieron fue debido a la oposición de los nazis franceses. Todo ello ocurría mientras sus correligionarios alemanes, italianos o españoles eran detenidos por la Gestapo y conducidos a los campos de concentración. Igual suerte corrieron otros antifascistas. Pensemos en el destino del president Companys, el bilbaino y exministro socialista Julián Zugazagoitia o el propio lehendakari Aguirre, que se salvó por los pelos. Todos ellos perseguidos por la vesania de Ramón Serrano Suñer, ministro y cuñado de Franco que se vengaba de las muertes de dos de sus hermanos, asesinados en zona republicana, ordenando al embajador vasco-español José Félix de Lequerica la búsqueda y detención de los rojo-separatistas exiliados en Francia. Para tal servicio, se destinó al policía franquista Pedro Urraca, quien ejercía de sabueso de la Gestapo que practicaba las detenciones.
Los socialistas, republicanos y pacifistas habían observado el nazismo ascendente durante los años 30 inmersos en un dilema: ¿Había que salvar la paz aunque hubiera que ceder ante los dictadores o bien enfrentarse con Hitler aunque eso significase la guerra? Hitler acabó con tal dilema al invadir Polonia y Francia, pero esa enormidad no supuso la unidad de los intelectuales y artistas antifascistas, ni mucho menos su pase a la Resistencia. Habrían de transcurrir más de dos años para que la invasión aliada del norte de África y la ocupación alemana de la "Francia Libre de Vichy", la persecución en masa de judíos franceses, niños incluidos, y sobre todo la entrada en vigor (febrero de 1943) del Servicio de Trabajo Obligatorio, impuesto para que cientos de miles de trabajadores franceses se desplazasen a Alemania a trabajar en la industria pesada, empujara a los más decididos a engrosar el maquis. En los albores de la Ocupación, solamente unos pocos, judíos, comunistas extranjeros e intelectuales liberales como los agrupados en la célula del Museo del Hombre, habían plantado cara a los nazis, y fueron acusados de "provocadores" por una gran mayoría de franceses, toda vez que los ocupantes respondían a sus acciones con la toma y fusilamiento de rehenes inocentes.
El pintor frustrado Adolf Hitler visitó París el 23 de junio de 1940, nueve días después de la caída de la capital francesa. Resulta esclarecedor que lo hiciera acompañado de sus artistas de referencia: el arquitecto Albert Speer, luego su ministro de Armamento, y el escultor Arno Breker. De la visita, hecha con las primeras luces del día para mejor disfrute del Führer, queda constancia fotográfica: el trío posa uniformado frente a la Torre Eiffel. La ocupación supondrá desde un inicio el usufructo de la cultura francesa. Y un expolio, porque inmediatamente comenzó la rapiña de obras de arte en beneficio de los jerarcas nazis, destacadamente Göring, Goebbels y el mismo Hitler. En 1942, las autoridades de la Ocupación inauguraron en el Palacio de Tokyo, construido para la Exposición Universal de 1937, el Museo de Arte Moderno de París. Es el momento dulce de la colaboración. La documentación gráfica da fe de las explicaciones del miembro de la Academia Francesa, Abel Bonnard, al embajador nazi Otto Abetz. Abetz, francófilo casado con una francesa, tenía como asistente a Gerhard Heller, conocedor en profundidad de la lengua y civilización francesa que luego destacó por su protección a intelectuales franceses, incluso de izquierdas y judíos. Le acompañaba también Ernst Jünger, el filósofo guerrero, célebre novelista entonces capitán de la Wermacht, aunque no afiliado al partido nazi, que muchísimos años después sería distinguido como doctor honoris causa por la Universidad del País Vasco. Las memorias de Jünger relatan la eficiencia en el engatusamiento por los alemanes de gran parte de los intelectuales y artistas franceses. Los escritores fascistas Brasillach, Drieu de la Rochelle y Céline, entre los más destacados. De este último, que en plena retirada alemana imploraba por una plaza en un coche para escapar de los aliados que avanzaban hacía París, escribió: "Resulta curioso ver cómo hombres capaces de pedir la cabeza de millones de personas con absoluta sangre fría se pueden preocupar tanto por sus miserables vidas. Debe de existir una conexión entre ambos hechos".
¿Y los no fascistas? Dejando aparte a los exiliados como Antoine de Saint Exupery, autor de El Principito, y héroes como Pierre Brossolette, director de la revista Marianne, quien se suicidó en manos de los alemanes para no desvelar bajo tortura la estrategia de De Gaulle, la gran mayoría dedicaban sus mejores esfuerzos a sobrevivir. Algunos, medio ocultos en la Provenza o la Costa Azul, como el escritor André Malraux, quien cuando fue invitado a participar en la Resistencia alegó que hasta que los tanques rusos no avanzaran hacia Alemania y el cielo de Europa no estuviera cubierto por los aviones americanos no se sumaría: "Estoy harto de defender causas perdidas", dijo. Jean Paul Sartre, que en el Liceo Condorcet había asumido la plaza de un maestro judío despedido, y su compañera Simone de Beauvoir ascendieron a la celebridad en coincidencia con la Ocupación pues durante la misma publicaron respectivamente Las moscas y La invitada con la bendición de la censura de la Propaganda Staffel, organismo de observación, estímulo y control ideológico de los ocupantes que había elaborado en honor al embajador Abetz la lista Otto de libros y autores prohibidos.
A Picasso no le fue mal. Seguía pintando en su estudio de la rue des Grandes Augustins donde, previa cita para no importunar su trabajo, recibía a los numerosos oficiales alemanes que querían ver en vivo el proceso creativo del artista más reconocido del mundo que los nazis más conspicuos calificaban como "arte degenerado". El pintor, todavía no comunista pues se afilió al partido en 1947, se guaseaba de sus admiradores, como en la ocasión en que -según cuentan- un oficial, mirando el Guernica, le preguntó: "¿Usted ha hecho esto?". "No, fueron ustedes", contestó el malagueño.
Balenciaga se las apañaba confeccionando vestuarios para obras de teatro y ropa elegante para las señoras de "la situación", mujeres y amantes de empresarios más o menos beneficiados por los turbios negocios que se generaban alrededor de la Ocupación. Coco Chanel colaboró sin miramientos. Tuvo como amante a un oficial alemán 30 años más joven y de quien además se decía que era un espía. Los gaullistas llamaban "colaboración horizontal" a las relaciones entre mujeres francesas y "boches" (mulos), como popularmente se calificaba a los alemanes. Entre 100.000 y 200.000 niños "enfants de boche" nacieron de tales relaciones, cifra imprecisa, lo reconozco, pero que aún en su magnitud inferior resulta espectacular. Coco Chanel sería luego apresada y solo debido a sus contactos acabó exiliada en Suiza durante diez años. El cantante Maurice Chevalier, asiduo en Radio París, fue condenado a muerte por la Resistencia ya durante la Ocupación, pena que nunca se ejecutó gracias al aval de su mujer judía. Josephine Baker, estrella del music hall, americana negra, no judía, resistente desde el inicio de la Ocupación, que se jugó el pellejo como espía aliada en la Francia ocupada, lo que le valió las máximas condecoraciones tras la Liberación, dijo de él: "Maurice era uno de esos franceses que pensaban que los alemanes habían ganado la guerra y que había llegado la hora de que las cosas volvieran a la normalidad, según los principios alemanes".
¿Y los resistentes de primera hora? Jean Paulhan escribía en la clandestinidad para los Cuadernos de Liberación-Cahiers de Libération: "Puedes aprisionar en tu mano a una abeja hasta que se ahogue, pero no se ahogará sin haberte picado. Poca cosa, dices tú, pero si no te picara, hace tiempo que no habría abejas". En esa energía que intimida a la violencia encontró su fuerza motriz la Resistencia, que era la Francia eterna, comunión de vida y muerte por la vida. André Chansom había pronunciado: "Soy francés desde que Francia se ha hecho? Porque estoy vinculado a este suelo por los cementerios y los surcos". También resistente de primera hora fue Jean Cassou, amigo de los vascos exiliados, en particular de don Manuel de Irujo, con quien mantuvo una estrecha relación. Después de la Liberación, fue nombrado director del Musée d'Árt Moderne, precisamente el museo donde ha permanecido exitosa hasta el pasado mes de febrero la exposición Arte en guerra que hoy mismo se inaugura en el Guggenheim de Bilbao. La muestra ofrece un imprescindible conocimiento plástico y documental de la vida y destino de Francia y de los artistas e intelectuales nacionales o residentes entre los años 1938 y 1947. No duden en visitarla. Era la civilización europea lo que estaba en juego y los desvaríos, incertidumbres, angustias, heroicidades y colaboracionismo se manifestaron en el arte de forma más expresiva que en la propia vida. Arte en guerra es la prueba irrefutable de que el arte y la literatura acaban por ser el testimonio más fidedigno del pasado.