HA tenido que hacer falta una crisis de mil pares de co..., casi cinco millones de parados y las arcas de las administraciones públicas en quiebra todavía no declarada, para que las autoridades competentes se hayan decidido a meter el diente a uno de los mayores escándalos que llevamos padeciendo desde tiempos inmemoriales: el cortijo que tienen montado las multinacionales farmacéuticas. Es triste que haya habido que esperar al 21 de julio de 2011 para que un Gobierno noqueado se haya decidido a obligar a los médicos -algo tendrán que explicar algún día los galenos sobre los viajecitos de placer pagados por las multinacionales- a recetar de forma obligatoria principios activos en vez de marcas comerciales para curar a los enfermos. El paracetamol es paracetamol y no bermudas de moda. El que se quiera comprar unas bermudas de 1.700 euros, que lo haga, es muy libre, pero ya estaba bien de meter al paracetamol en el mismo saco. Dice la ministra del ramo que las arcas públicas se van a ahorrar 2.400 millones con la nueva medida, lo que viene a ser el reconocimiento implícito de que antes regalábamos 2.400 millones a los de las multinacionales del crimen. Sí, del crimen. Porque lo que pueda ocurrir aquí con todo el tema médico no deja de ser la tradicional usura legal de quienes tienen la sartén por el mango. Pero lo que sucede en África con estos mismos pájaros se llama crimen. En la lucha contra el sida, estas mismas multinacionales se han negado a facilitar a precios razonables vacunas contra el sida. No es negocio pero está muy interiorizado desde hace tiempo que la salud es negocio, digan lo que digan. Cuando aquella enésima alarma antiterrorista del Gobierno Bush a cuenta del ántrax, el presidente estadounidense llamó a capítulo a los presidentes de las farmacéuticas y en dos minutos estaban preparadas las vacunas para millones de personas. Gratis, por la patilla. Así funciona esto.