en 1931 se celebró legalmente por primera vez la Diada de Catalunya, constituyendo un impulso al plebiscito sobre l'Estatut de Nuria. Ciertamente los antecedentes religiosos de la Diada (responso por los caídos) habían permanecido prohibidos desde 1886. Ahora la Diada, como la patria, como el derecho a decidir en las manifestaciones de Catalunya, ha alcanzado el rango democrático de la pluralidad y, por lo tanto, de la madurez social.
No sería de recibo en el siglo XXI y en una nación europea como es Catalunya que ningún partido ni movimiento tratase de exclusivizar la Diada, derecho a decidir o nación.
El fundamento democrático y la virtualidad política del derecho a decidir está precisamente en su transversalidad y en que constituye el quicio del entendimiento en el foro de la pluralidad.
En el debate y sobre la naturaleza de la autodeterminación o derecho a decidir, el ardid dialéctico de los nacionalistas españoles ya presente en algún libro del diputado socialista Txiki Benegas consiste en negar la transversalidad del derecho a decidir convirtiéndolo en mera y exclusiva reivindicación de quienes propugnan una respuesta o decisión concreta, la de la independencia o cualquier otra del sector nacionalista.
A esta trampa dialéctica se añaden luego las exigencias de porcentajes mayores que el 51% y otras añagazas. Lo malo y triste es que esta trampa, aparentemente burda, ha calado en algunos del otro bando que cometen repetidamente el error de querer exclusivizar los símbolos comunes y transversales.
En Catalunya el derecho a decidir mereció el verano pasado la adhesión de todos los demócratas, manifestándose a favor de l'Estatut actual todas las fuerzas políticas y sindicales, salvo el PP obviamente por la hegemonía radical que en su interior mantiene la ultraderecha en algunos territorios y específicamente en Catalunya.
La dialéctica ideológica del centralismo españolista tiene por desgracia reflejos antagónicos a lo largo de la historia. El racismo español elevado a rango legal y a drama popular en la expulsión de judíos y musulmanes y judicializado en los autos de fe sobre pureza de sangre fue míseramente copiado entre nosotros. El confesionarismo radical que llevó a denominar católicos a los soberanos de España fue objeto de humilde replica con el aforismo "euskaldun-fededun".
Ahora la falsaria dialéctica que niega la transversalidad ideológica y por lo tanto la virtualidad política al derecho a decidir resulta convertida en estandarte por quienes quieren exclusivizarla para algunos independentistas.
Sucede aquí, igual que en otros órdenes de la vida y de la naturaleza que el cortafuegos para la independencia son alguna clase de independentistas.
Las décadas de Nafarroaren Eguna de Baigorri, celebrado en la distensión de la pluralidad y de la prepolitica, es decir, de la convivencia, fueron añoradas al día siguiente en la reunión de escritores vascos de Sara. Nadie sostendrá con sensatez que la Diada de Catalunya sea protagonizada por ninguna iniciativa instrumental, red tejida con conocidos espartos o grupo para el que la autoafirmación se haya convertido en perentoria necesidad para la cohesión interna.
El futuro se juega en la difícil plaza de la pluralidad respetuosa y no en la blanda y frágil crispación de la exclusividad. La viabilidad de la hipótesis de la independencia se basa en que los no independentistas puedan tener los mismos derechos que los independentistas, tal como en la situación antagónica debe exigirse a la inversa.
Cuando al nacionalismo español centralista se le agotaron las monsergas dialécticas del internacionalismo ramplón frente a la transversalidad del derecho a decidir, se sacó de la faltriquera la argucia de pintar la reivindicación de la autodeterminación.
Y ahora mismo les está saliendo bien la jugarreta dialéctica, ya que se corresponde en correlación con la increíble actitud de los desideologizados que pretenden hacer acopio de adhesiones en base a exclusivizar lo que no tiene sentido político más que en la transversalidad.
El Aberri Eguna ya nació en 1932 como copia averiada partidistamente de la Diada de 1931.
Hubo unos años, de 1975 a 1980, en que la reivindicación de la ruptura iba acompañada de una pretensión unitaria de esta celebración; era cuando subsistía el reconocimiento general a los símbolos de la lucha antifranquista, como la ikurriña. Ahora añoramos y además seguiremos reivindicando la transversalidad de los símbolos y las realidades como único foro democrático en el que podemos ganar y deseamos vivir.