Vuelve Frantz Fanon. La figura del intelectual y revolucionario de Martinica retorna cuando se cumplen 100 años de su nacimiento. Reportajes y artículos varios recuerdan al que fuera testigo y pensador privilegiado de la época de la descolonización, aquellas décadas de los 50, 60 y 70, momento en el que muchos de los países de África y Asia se deshicieron del yugo de las potencias imperiales de la época. Décadas del siglo XX de esperanza y alegría, pero también de guerras y violencia, que se tomaron como dolores de parto de un futuro nuevo que se esperaba, tras el desastre colonial, fuera un tiempo luminoso para la Historia. Sin embargo, al cabo de un siglo del nacimiento del pensador del colonialismo más conocido, el mundo parece de nuevo amenazado por renovadas formas de dominación, incluso más salvajes quizás que las antiguas y que presagian nuevas amenazas en el horizonte temporal más cercano.
Fanon conoció el colonialismo desde la cuna. Nacido en la colonia caribeña de Martinica, desde niño padeció los efectos del colonialismo desde su doble condición de originario de un territorio ultramarino francés y de su raza. La dominación vivida en su infancia y juventud en el Caribe quedó reforzada durante su estancia en la metrópoli, luchando primero contra los nazis por la liberación de Francia, pero discriminado del ejército por el color de su piel una vez los nazis fueron vencidos. Tras su experiencia en la II Guerra Mundial, Fanon estudió medicina, convirtiéndose en psiquiatra, y fue desde esta disciplina médica desde donde partió para desarrollar su línea de pensamiento.
Su contacto con el psiquiatra republicano catalán Francesc Tosquelles, uno de los precursores del estudio de los aspectos culturales en la psiquiatría, fue lo que condujo a Fanon a estudiar los efectos psiquiátricos de la dominación colonial. Fanon fue pionero en escribir sobre el colonialismo más allá de las teorías de las dependencias económica y política de las metrópolis respecto a los países colonizados. El colonialismo iba más allá de sojuzgar económica y políticamente a los pueblos más débiles. El colonialismo alteraba las mentes de los colonizados y encadenaba a los pueblos sometidos más allá de lo económico y político. Los colonizados también eran explotados y dominados en su forma de pensar, asumiendo su inferioridad y viéndose a sí mismos como incapaces de ser protagonistas de su destino.
Ataduras coloniales
El tercer cuarto del siglo XX fue la época marcada por la conferencia de Bandung (1955). Grandes libertadores del yugo colonialista, como Gamal Abdel Nasser, Jawaharlal Nehru o Sukarno, mostraban el ejemplo de Egipto, India o Indonesia en las luchas de liberación del yugo colonial a los aún colonizados. Bandung representó el primer paso en la formación del Movimiento de los Países no Alineados, un intento para lograr una asociación internacional al margen de las dos grandes potencias de la época, EEUU y el mundo occidental, y la URSS y el bloque soviético. El movimiento de los no alineados trató de ser independiente de ambos bloques, inmersos en la guerra fría y que usaban a los Estados recién independizados para fines inmediatos, pagándoles a cambio con poco más que con retórica de buenos deseos.
Fanon fue más allá de todo esto. Descubrió que, a pesar de lograr la libertad, los países descolonizados se enfrentaban a un pensamiento y una racionalidad instaurados por siglos de dominación que seguían atando a los ciudadanos recién liberados a sus antiguas metrópolis aún después de la independencia. Con echar a quienes dirigían la colonia y romper los lazos con la metrópoli no se arreglaba todo el problema. El colonialismo seguía en las cabezas de los supuestamente descolonizados y trataría de permanecer allí. Esta, quizás, es la gran herencia intelectual de Frantz Fanon. El descubrirnos que el colonialismo va más allá de lo mera y formalmente político y económico. Las ataduras coloniales adoptan múltiples formas, y de muchas de ellas apenas son conscientes los que las padecen.
El legado de Franz Fanon con esta nueva forma de interpretar el colonialismo inició los estudios críticos sobre el fenómeno colonial en los países del tercer mundo, sobre todo tras el renacimiento del interés por su obra a partir de los trabajos de Edward Said. En nuestros días, los estudios decoloniales en el Sur Global tratan de buscar una nueva racionalidad, propia de las antiguas colonias y al margen de la occidental. El influjo de Fanon fue patente también en las luchas políticas de los años 70 en numerosos países, convirtiéndose su principal obra, “Los condenados de la tierra”, en el libro de cabecera de los movimientos de liberación de la época. El propio Fanon falleció, enfermo, formando parte del Frente Nacional de Liberación de Argelia cuando esta organización luchaba por su independencia contra Francia.
La herencia de Fanon tuvo también sus lados oscuros. Muchos han utilizado las teorías del martiniqués para justificar la violencia, llevando sus enseñanzas más allá del contexto de la descolonización, justificando el terrorismo en Europa Occidental sin tener en cuenta la visión tan negativa de Occidente que tenía Fanon.
Quizás el legado más importante del intelectual caribeño tenga relación con este punto. Para Fanon, los países descolonizados deben tener claro que con la expulsión de los colonos no finaliza la colonización, la dominación puede continuar tras la independencia. Y esto es algo que, en 2025, deberíamos tenerlo presente.
Una nueva forma de colonialismo parece haber surgido en las últimas décadas. O quizás, se trate del colonialismo de siempre que se ha mantenido oculto desde mediados del siglo XX y que ahora emerge a la superficie, incluso en su vertiente intelectual con una visión revisionista del mismo. Niall Ferguson, el gran historiador escocés, inició ese camino revisionista con un artículo en el que ponía en duda la negatividad de todo el legado imperial británico. Para Ferguson había que incluir entre las aportaciones positivas a los territorios dominados elementos como el parlamentarismo británico, el idioma inglés, el capitalismo liberal, o la innovación en múltiples campos.
El colonialismo nunca se fue del todo, no nos vamos a engañar. Desde la Francafrique, el área de influencia francesa en África, al colonialismo cultural y económico norteamericano, pasando por las inversiones chinas en infraestructuras en África y Latinoamérica, las potencias siguen intentando hacerse con los recursos de terceros países, a la vez que tratan de aumentar sus áreas de influencia internacionales. Este tipo de relaciones político-económicas desiguales no han cesado desde la época de la descolonización, disfrazadas muchas veces de ayuda humanitaria o de políticas de desarrollo.
Putin invade Ucrania
Pero, desde la invasión de Ucrania, algo sí ha cambiado. Aquel 24 de febrero de 2022, Vladímir Putin invadió un país soberano para hacerse con él. Dejando a un lado la dominación económica o política, rompiendo las reglas internacionales, fueron los tanques y los ejércitos los que ocuparon suelo ucraniano. Esta injerencia extranjera directa no obedecía a una lucha entre dictadores de remotos países africanos o Estados fallidos de Oriente Próximo. En 2022 la guerra internacional se empezó a librar en Europa, la era de los imperios había resucitado.
Y entonces volvió Donald Trump a la Casa Blanca y no dudó en decir abiertamente que pensaba anexionarse Groenlandia y Canadá. Toda una declaración de intenciones que trata de llevarla a la realidad, aunque no a base de tanques e invasiones. La guerra del presidente norteamericano es una guerra arancelaria, un instrumento para lograr imponer sus propias reglas al resto de países en lo comercial. Ya no todos juegan con las mismas reglas y cartas. Ahora las cartas las reparte Estados Unidos y se juega con sus reglas, y quien se quede fuera de la partida, quedará al margen del sistema internacional.
Al mismo tiempo, se consolida una nueva forma de imperialismo, el de la paz. El recién firmado tratado de paz entre la República Democrática del Congo y Ruanda no es más que el enmascaramiento de la injerencia ruandesa en territorio congoleño para la extracción de coltán. Un tratado que, más que un nuevo paso en la carrera hasta lograr el premio Nobel de la Paz para Donald Trump, facilita el control del raro mineral por parte de Estados Unidos. Lo mismo ocurre con el tratado entre Azerbayán y Armenia por el disputado territorio de Nagorno Karabaj mediante el que Estados Unidos obtendrá beneficios económicos. Pero no nos olvidemos de Ucrania y del por el momento incierto final de la guerra. En todo caso, la solución pasará por las componendas entre Washington y Moscú, sin que importen mucho los intereses ucranianos y sin mucha presencia del principal aliado de Trump, Bruselas.
Pero hay algo más inquietante en este nuevo imperialismo que hubiese sorprendido a Fanon. No son solo potencias occidentales las que están en primera línea del nuevo imperialismo. Al grupo de poderosos se han unido nuevos países emergentes, los que buscan su propio imperio, acorde a sus fuerzas, y que claramente pueden asociarse entre ellos en la búsqueda de poder y territorios. El caso chino es claro. Pekín lleva desde los 90 colonizando las infraestructuras del continente africano. Una clara apuesta imperial bajo la fachada de ayuda al desarrollo, además de un desafío a la hegemonía norteamericana y de declarar una carrera con el fin de lograr el acceso a las tierras raras para asegurar la materia prima con la que fabricar los componentes necesarios para su avance tecnológico. Un imperialismo extractivista al que se ha sumado también Estados Unidos al descubrir el desafío que significa China para la economía estadounidense.
Pero no olvidemos que otros países, alejados de los focos, presentan proyectos similares, la India de Narendra Modi es un ejemplo con sus ataques a cristianos y musulmanes en el subcontinente y sus deseos de expansión. La Turquía de Recep Tayyip Erdogan es otro, con su retórica revisionista sobre el Imperio otomano y su influencia en el conflicto sirio, donde ha llegado a conquistar parte del territorio. Siria quizás sea el gran ejemplo del nuevo imperialismo mundial, un territorio devastado que se han repartido la República Islámica de Irán, Rusia, Turquía, sin olvidar las monarquías del Golfo Pérsico.
Tras el “fin de la historia” en 1991, para muchos el mundo unipolar de hegemonía norteamericana era peligroso, anhelaban una geopolítica multipolar, en la que no hubiese un único centro y en la que el poder se hallara repartido entre distintas potencias, lo que haría posible un mundo más justo y un poder más repartido, lo que, a su vez, conllevaría que ningún país pudiese utilizar la fuerza de manera arbitraria contra un tercer Estado. A primera vista, la hegemonía de EEUU está en entredicho y, consecuentemente, nos hallamos en un mundo multipolar. Pero, y por desgracia, el planeta multipolar en el que vivimos no parece tan idílico como nos lo habían contado. Es más, el mundo parece un lugar más peligroso que nunca.