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El desafío del dalái lama a China

El anuncio del actual dalái lama, Tenzin Gyatso, de tener un sucesor elegido de la manera tradicional desafía a China que reclama controlar el proceso de reencarnación

El desafío del dalái lama a ChinaEP

"Ten en cuenta que el gran amor y los grandes logros requieren grandes riesgos”, es una de las grandes frases del dalái lama. Sus últimas declaraciones públicas, en las que anunciaba que el proceso de su sucesión se realizará al margen de la supervisión del gobierno de Pekín, suponen todo un desafío al régimen comunista chino. Un gran riesgo que solo puede entenderse desde el intento de volver a insuflar fuerza al movimiento del Tíbet libre que parece más débil que nunca. Un gran logro, la libertad del Tíbet, que requiere asumir el riego de volver a la confrontación directa con Pekín.

Free Tíbet, grito que hace años recorría conciertos de los Beastie Boys o entrevistas a actores internacionales como Richard Gere, resumen de un anhelo nacional que tiene como líder espiritual, al decimocuarto dalái lama, Tenzin Gyatso. Máxima figura del budismo tibetano, al mismo tiempo que primer representante político del gobierno en el exilio. Una de las figuras más conocidas y respetadas del panorama internacional, premio Nobel de la Paz en 1989, convertido en el emblema de la lucha por la libertad del pueblo tibetano.

Todo comenzó en 1950. La recién proclamada China comunista de Mao Tse Dong recuperó el poder sobre el Tíbet, que durante décadas había vivido independiente de la influencia pekinesa. La invasión china se materializó en una supuesta autonomía impuesta por un tratado desigual entre Pekín y Lhasa. El dalái lama, para los tibetanos reencarnación de una emanación de Buda, la máxima autoridad tanto espiritual como política del país, claudicó ante la superioridad china. Tenzin Gyatso de 15 años, elegido años antes dalái lama, vivía sus primeros días de reinado cuando la invasión. La situación política no se estabilizó con la autonomía ofrecida por Mao y en 1959 se produjo un levantamiento contra Pekín. Tras el fracaso de la rebelión, el dalái lama huyó de Lhasa a la vecina India.

Oleada de inmolaciones en China por la libertad en el Tibet

Desde su huida, establecido en la ciudad india de Dharamsala, el dalái lama ha encabezado la lucha del pueblo tibetano contra el gobierno comunista de Pekín. Por su parte, Pekín sostiene que el Tíbet históricamente ha formado parte de China y afirma además que el derrocamiento del régimen budista de los lamas significó el final de un sistema teocrático que conculcaba los derechos del pueblo tibetano. Sin embargo, esta supuesta liberación se produjo por medio de una invasión que, con los años, se ha traducido en una política de represión de las instituciones religiosas tibetanas (monasterio y monjes), además de una persecución de la lengua y la cultura del país himalayo, a lo que habría que añadir el fomento de la emigración hacia el Tíbet de población del interior de China, con el claro objetivo de provocar un vuelco demográfico favorable a los han chinos en detrimento de los de origen tibetano autóctono.

La importancia del Tíbet

A primera vista, Tíbet, geográficamente uno de los países más inhóspitos del mundo, situado al lado de las cumbres más altas del planeta, con una población cuantitativamente poco numerosa, además de ser la región económicamente más atrasada de la República Popular China, no parece una región de gran importancia estratégica. Pero nada más lejos de la realidad. La cordillera del Tíbet esconde dos grandes recursos estratégicos que la hacen clave para Pekín, el agua y los minerales. Mao lo sabía y, nada más alcanzar el poder con su revolución comunista, se lanzó sobre el Tíbet con la intención de incorporarlo a China.

El Himalaya en una foto de archivo.

Tíbet es importante desde el punto de vista hidrológico. Los dos grandes ríos chinos, el Amarillo y el Yangtzé, nacen en el altiplano tibetano, pero no solo ellos, también ríos como el Mekong, el más importante de Vietnam y Camboya, sin olvidar los ríos Ganges y Brahmaputra, los más importantes de la India, vecina de China y muchas veces rival, incluso con guerras de por medio. Esto significa que el dominio del Tíbet implica el control de los nacimientos de la mayor parte de los ríos que abastecen a toda Asia, es decir, la casi totalidad del agua que se bebe en Asia. Esto es, el agua dulce que surte a casi la mitad de la población del mundo tiene su origen en Tíbet, lo que implica que, quien domina el altiplano tibetano tiene bajo su control el abastecimiento de agua dulce de prácticamente todo el continente asiático. A la vez, esta riqueza hídrica hace posible que dos tercios de las más de 80.000 presas hidroeléctricas chinas se localicen en Tíbet y, consecuentemente, que gran parte de la electricidad china tenga el mismo origen tibetano.

Oro, cobre, plomo y zinc

Además del agua, Tíbet alberga otras riquezas. A partir del año 2000, el gobierno de Pekín comenzó el estudio de la riqueza minera del país, hallando grandes yacimientos de oro, cobre, plomo y zinc. Se cree incluso que la mitad de estos recursos mineros de toda China se hallan bajo suelo tibetano. Algo, sin duda, que es suficiente razón para que el gobierno comunista no se plantee abrir el puño respecto a Tíbet. Agua y recursos minerales de primer orden, dos bienes imprescindibles para mantener el equilibrio geopolítico de la región.

Al mismo tiempo, Pekín trata también de tener bajo dominio uno de sus grandes temores, el del poder de la religión para desafiar al régimen chino. Para el gobierno de Pekín, el problema tibetano no solo es una cuestión política y geoestratégica, es también religioso, ya que el budismo es el gran soporte del pueblo tibetano y, a la vez, parte de la identidad nacional y cultural que se resiste al intento de asimilación a la identidad han apoyada por el poder. El problema religioso en China no se limita a Tíbet, lo mismo ocurre en la zona uigur, donde el islam forma también parte de la identidad política del pueblo autóctono y es el canal de resistencia contra la imposición del gobierno.

Hay más, y no solo uigures y tibetanos tienen la religión como uno de los baluartes en su resistencia contra el centralismo. Otro ejemplo histórico es el de la religión Falun Gong nacida a principio de los años 90. Mezcla de chi kung, budismo y taoísmo, en pocos años llegó a tener más de 70 millones de seguidores en todo el país, lo que puso en alerta a las autoridades comunistas que, a pesar de haber sido condescendientes con el movimiento en sus inicios, vieron en su expansión exponencial una fuerza que podía poner en jaque el orden social férreamente controlado por el Partido Comunista chino. Perseguido de manera feroz, el Falun Gong ha sido tachado por los dirigentes de Pekín como una fuerza subversiva financiada por los Estados Unidos para socavar el sistema político de la República Popular China.

Otras religiones también han sufrido represión en China. Un caso ejemplar ha sido el de la Iglesia católica. Perseguida desde los inicios de la China comunista, la Iglesia católica se dividió en dos en función de su relación con el gobierno. Por un lado, la Iglesia oficial, en la que los obispos eran impuestos por las autoridades comunistas, y por otra, la Iglesia fiel a Roma, que resiste en la clandestinidad. Una lucha por la autonomía o el sometimiento de lo espiritual librada entre Pekín y el Vaticano.

El papa Francisco, con gesto serio en el Vaticano en 2018

En 2018 el Vaticano llegó a un acuerdo para superar décadas de división, por el que Roma sería la encargada de nombrar los obispos chinos, pero siempre entre los candidatos escogidos por Pekín. El acuerdo prometía sacar de la clandestinidad a la Iglesia fiel a Roma, aunque pagando un alto coste. En la jerarquía vaticana fueron muchos los que criticaron el paso dado por el papa Francisco, convirtiéndose el acuerdo con China en otro dolor de cabeza para el pontífice jesuita. Según Francisco, con el acuerdo se iniciaría una era de diálogo que permitiría a la Iglesia fiel a Roma respirar tras décadas de clandestinidad y persecución. Sin embargo, los críticos entendieron que se trataba de una claudicación absoluta ante el gobierno comunista que, además, incluía una aceptación tácita de un régimen hostil a las libertades fundamentales de las y los ciudadanos chinos y a uno de los pilares de la Iglesia católica, la fidelidad a Roma y a su cabeza el papa más allá de los gobiernos y autoridades de turno.

Un acuerdo como el logrado con Roma sería el que Pekín pretende conseguir con el budismo tibetano. Como explicó la portavoz del ministerio de Exteriores chino, Mao Ning, el proceso de reencarnación del dalái lama “debe adaptarse al Estado”. Para ello, Pekín propone la antigua tradición de la “urna de oro”, método utilizado en la era de los emperadores por los mandatarios del reino para elegir al dalái lama. Los delegados del emperador seleccionaban a los candidatos y las autoridades espirituales tibetanas elegían al futuro dalái lama de entre los previamente propuestos.

En manos del parlamento

El actual dalái lama ha resuelto dejar el papel de autoridad máxima política en manos del parlamento libre tibetano y su sucesión como líder espiritual en manos del elegido a la manera tradicional. El gobierno chino no está dispuesto a aceptar estas decisiones, lo que hace previsible que todo ello implique un nuevo conflicto entre el Tíbet y Pekín. Un motivo de enfrentamiento más al que se vive hoy en día, a pesar de la búsqueda de Tenzin Gyatso de un camino intermedio entre la autonomía que ofrece china y la independencia que anhela el pueblo tibetano.

No parece que Pekín abra resquicios para un acuerdo político con los tibetanos en unos momentos en los que la irrupción del segundo mandato de Donald Trump está poniendo patas arriba el tradicional equilibrio internacional con su mezcla de imperialismo y guerra comercial. La apuesta norteamericana por enfrentarse a Pekín en su carrera por acceder a recursos clave para el futuro no abre horizonte alguno para que Pekín ablande su control sobre regiones como Tíbet que atesoran recursos.

Al mismo tiempo, el nuevo (des)orden internacional, en la que las alianzas entre potencias nacen y mueren en cuestión de meses o días, no facilita que Pekín relaje sus ventajas estratégicas respecto a sus vecinos más cercanos como Vietnam, Myanmar, Camboya o, sobre todo, su más cercano histórico rival, India. País este último que, bajo el gobierno populista de Narendra Modi, parece haberse convertido en una fuerza expansiva que, en un futuro no muy lejano, puede suponer una amenaza para China que pudiera estar viviendo momentos de debilidad como no conocía en las últimas décadas.

Las previsiones futuras para Tíbet indican que de nuevo deberá encarar tiempos difíciles en su lucha por la libertad. El proceso de elección de la nueva reencarnación del dalái lama supondrá un punto de inflexión para el movimiento por la libertad del Tíbet. Representará el final de una importante etapa y el relevo en la lucha por parte de una nueva generación que no ha conocido la verdadera libertad. Una nueva época para un conflicto que, más de 70 años después, parece olvidado entre las preocupaciones de los occidentales. Una lucha que representa, más allá de lo político, la dignidad del ser humano en su búsqueda de la libertad.