Las nubes desdibujan los perfiles característicos de los Picos de Europa. Hace calor. Son las ocho de la tarde y el termómetro marca 40 grados. Por la noche desaparecen las nubes y se ven las estrellas. Sin embargo, el día amanece de nuevo encapotado. Las majestuosas moles de caliza de más de 2.500 metros ni se aprecian y un polvo negro cubre la mesa. A media mañana llega el mensaje. Decenas de móviles comienzan a emitir un estridente sonido. Fuente Dé está cerrado y se prohíbe la práctica de cualquier actividad en el parque natural. Las nubes son humo y el polvo, ceniza que trae el viento. Es una medida preventiva, el fuego está lejos todavía, en León. Pasan los días y llueve, pero apenas son unas gotas. Las llamas han entrado en Cantabria, como acaba reconociendo el Gobierno. “¿Ves ese monte? Antes todo eran pastos, ahora no hay más que matorrales, combustible para el fuego”, dice un apicultor de la zona. Cuenta un diario local que hay turistas que han huido abandonando las maletas en los hoteles. Incertidumbre. Miedo. Eso ha ocurrido en Espinama, cerca de Fuente Dé, en el valle de Camaleño, en la comarca cántabra de Liébana. Pero la mayoría mantiene sus planes, aunque la preocupación se hace patente en las conversaciones. Los vecinos depositan sus esperanzas en la humedad y los hayedos, mientras bomberos y voluntarios tratan de evitar el avance del fuego. Y por fin llueve…
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