“Un misil israelí mata a ocho personas al alcanzar a unos niños de Gaza que recogían agua”. Este fue uno de los titulares que recogió hace tres días la prensa del nuevo ataque de Israel sobre Palestina. Un titular que lamentablemente ya no impacta al haberse convertido en cotidianos los episodios del genocidio que estamos viviendo en pleno siglo XXI. Pero lo que sí podría alzarse a categoría de noticia, sobre todo por lo inusual, es el argumento esgrimido por el ejército israelí al indicar que el objetivo del misil era un militante de la Yihad Islámica pero que un fallo de funcionamiento de este proyectil mortal provocó que cayera a “unas decenas de metros del objetivo”, cerca precisamente de un campo de refugiados que, eso sí, bien sabían dónde estaba ubicado. Es decir, fuentes del gobierno hebreo reconocen un error. “Las Fuerzas de Defensa de Israel lamentan cualquier daño causado a civiles no implicados”, afirman en un comunicado, en el que añaden que el incidente está siendo revisado. Esto sí que se podría catalogar como un verdadero hecho noticioso, que, tras la masacre protagonizado sobre tierra palestina, vengan a admitir fallos que lleguen incluso a lamentar –no descartemos una estrategia de postureo–. No obstante, lo que está por encima de todo es que estos errores, igualmente, matan.
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