Creo que no me equivoco si digo que el pelota es uno de los personajes más detestables con el que nos encontramos a lo largo de la vida. Lo descubrimos en el colegio, haciendo la rosca a los profesores por intereses egoístas o por necesidad de reconocimiento. En el mundo laboral, es una figura todavía más patética y lo desprecian hasta los propios pelotas, en esa pugna que se traen por agradar al jefe, que los utiliza y se libra de ellos cuando dejan de servirle. A largo plazo no es buen negocio ser un pelota. El esfuerzo por agradar a los superiores es una energía que se pierde en detrimento de la capacidad profesional, por no hablar de la posición de sumisión a la que se obliga uno cuando vive de la adulación. Pese a estos y otros inconvenientes, no falta gente dispuesta a cumplir con este penoso guión. Eso sí, es más rentable y menos comprometido cuando te pagan muy bien por ello con el objetivo de privatizar los intereses de todos. Es el caso del secretario general de la OTAN, Mark Rutte, y su lamentable genuflexión ante Trump para cumplir con sus órdenes sobre el gasto militar. Ya vemos para qué ha servido esta estrategia con un tipo al que todavía los dirigentes europeos pretenderán convencernos de que es un aliado. Pues toma arancelazo para todos los productos de la UE.