Hay quien la considera una obra valiente que se atreve a explorar las profundidades de la naturaleza humana y sus emociones más oscuras. Otros, sin embargo, ven en ella un intento provocador de capitalizar el sufrimiento ajeno, lo que ha llevado a cuestionar la ética detrás de su contenido. Sigue dando mucho de qué hablar El odio, libro que reconstruye el crimen que José Bretón cometió en 2011 cuando mató a sus dos hijos menores, Ruth y José, que entonces contaban con 6 y 2 años de edad, en una finca de la provincia de Córdoba. Un suceso que concienció a la sociedad sobre la violencia vicaria. Desde el anuncio de la salida de la obra de Luisgé Martín, suspendida de manera temporal por la editorial Anagrama, se ha desatado un torrente de reacciones en el ámbito literario y social. En el epicentro de la discusión se sitúa la lucha entre el derecho a la libertad de expresión y creación y el derecho de las víctimas a no sufrir un mayor padecimiento. No es la primera vez que se narra la historia de un parricida, y tampoco que haya provocado tanto daño. El problema es que parece haber un relato hegemónico que coloca la voz del agresor en el centro, mientras las víctimas son relegadas, cuando debería respetarse en este caso la voz de Ruth Ortiz.
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