La Justicia se ha convertido en uno de los principales quebraderos de cabeza de las administraciones públicas. O, al menos, son cada vez más los recursos judiciales que prosperan en contra de sus decisiones. Y yo no sé si esto es superdemocrático o justo lo contrario. Ahí están los casos de los peajes en Gipuzkoa, norma foral que hubo que peinar y repeinar, hasta ponerla lo suficientemente guapa como para pasar el filtro judicial.
También se recurre sobre deporte escolar y ahora sobre la Zona de Bajas Emisiones de Donostia, que consiste en poner multas a partir del viernes. Y es cierto que las administraciones regulan como si no hubiese un mañana. Yo suelo bromear diciendo que algún día aprobarán una ley que indique cómo, cuándo y dónde nos debemos tirar un pedo.
Pero en el otro extremo, la resistencia también se ha echado al monte. Y nos encontramos con que todo se cuestiona hasta límites insospechados. Da igual qué medida se tome, o que cuente con un amplio respaldo social y político. Siempre podemos recurrir a la Justicia, donde todo es posible: lo razonable y lo inédito. Lo peor es que yo ya me había deshecho de mi viejo Passat diésel de 23 años. Me dijeron que no tenía cabida en el nuevo mundo. ¿Pero y si sí? ¿Quién me devuelve mi viejo trasto achatarrado? Una indemnización quiero.