Hay, o había, un tiempo en la vida en la que transitamos de boda en boda hasta que dejan de invitarte porque todos lo que se podían casar de tu círculo familiar y de amistades ya lo han hecho. Tengo unos amigos que asistieron a tantos enlaces que podían fundar un museo de los horrores con todos los regalos que obsequiaban los novios a los invitados y que todavía conservan. Desconozco como son las bodas en la actualidad y no sé si quiero saberlo. Lo que sí dicen las estadísticas es que las nuevas generaciones son menos proclives a pasar esta prueba. Hace no tantos años era la puerta que había que franquear para iniciar una vida en común con otra persona de distinto sexo. Casi siempre era la del templo, aunque había quien atravesaba la del juzgado, demasiado fría hasta que los ayuntamientos abrieron sus mejores salones. Es decir, tres alternativas salvo para las personas del mismo sexo, a las que la Iglesia rechaza y tal vez eso explique porqué en Euskadi, en 2023, nueve de cada diez enlaces fueron civiles. Treinta años antes, la Iglesia se ocupaba de siete de cada diez bodas según datos que ha ofrecido el Eustat esta semana. Pero lo que nos dicen sus estadísticas es que es la propia institución del matrimonio la que está en recesión. El año pasado se casaron 7.264 parejas, un 7% menos que el año anterior, pero si lo comparamos con 2005, fueron 3.000 menos. Y además, la gente se casa casi con 40 años, cuando en 1976 la media era de 25. Un cambio social enorme que ha ocurrido ante nuestros ojos casi sin enterarnos.
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