Lo que no me imaginaba es que mi móvil, además de loco, era vengativo. Después de contar aquí la semana pasada que el cacharro sufría el mal de la pantalla loca y que había cogido mensajes de Twitter de gente a la que ni sigo para distribuirlos, como si fuera yo, entre algunos de mis contactos y grupos de wasap, el cacharro recrudeció su ataque y el mismo día que afeé su conducta en esta esquina me la lio más gorda. De nada ha servido el programita multicolor que se supone que iba a arreglarlo. Al revés, fue dejarlo en una sesión intensiva en casa, enchufadito para que no se quedara sin batería, y se puso a enviar más textos y fotos a los grupos y a la gente que más te jode que lo haga. Al menos, no cogió ninguna imagen personal, lo cual es un detalle en su guerra sucia. En vez de salir yo haciendo el paria, pues salía otro tipo desconocido y hasta un mueble que recomendé comprar sin haberlo visto yo nunca. Que me lo cuenta usted y no me lo creo. De hecho, nunca he confiado en quienes dicen que les entraron en el móvil o les birlaron la cuenta para justificar errores que yo creía suyos. Hasta ahora, que yo estaba de cena a 8 kilómetros y el móvil en casa solito haciendo de las suyas. Sí, me ha ganado esta obsolescencia programada o lo que sea esta mierda y he comprado otro móvil, que ahora miro con desconfianza. Me da mal rollo saber que estamos al capricho de quien quiera tocarnos tecnológicamente los huevos si pasado un tiempo no compramos un móvil nuevo.
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