La presencia e influencia de los futbolistas vascos en la selección española es tan antigua como el fútbol. Basta recordar los nombres de Zarra, Iribar, Arconada o Xabi Alonso para confirmarlo. Que Oyarzabal y Nico Williams fueran los autores de los dos goles de la final contra Inglaterra les otorga un plus de protagonisno que no añade nada nuevo a la relación del fútbol vasco con lo que ahora llaman la Roja. Lo nuevo de verdad ha sido la celebración pública del triunfo de España en el espacio público de Euskadi, una fiesta que se ha visto ayudada por el protagonismo que han tenido los futbolistas de casa. Esta adhesión a la selección española también existía antes, pero entonces el clima sociopolítico era hostil con su expresión pública. Que ahora no lo sea confirma que hemos avanzado hacia un tiempo nuevo, lo que es bueno. Al contrario, donde la pantalla se ha quedado congelada es en la posibilidad de celebrar los éxitos y fracasos de una selección vasca que no ha pasado de la reivindicación en forma de bolo navideño. Para esa demanda no sirve la virtud de la pluralidad. De la Roja, a la fuerza. La del fútbol parece una vía muerta para la construcción nacional, aunque visto en qué se ha convertido el fútbol, igual hasta es una ganancia.
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