La estatua de la lavandera que ha rechazado como regalo el Ayuntamiento de Azpeitia está demasiado buena, al parecer. La cuestión es que nos esmeramos en explicar las cosas en clave, víctimas de una desmedida corrección política; pero si alguien cree que el artista se ha pasado realzando determinados atributos, pues yo creo que no pasa nada por señalarlo. En este caso, parece claro que tanta lozanía, incluso en una estatua de piedra, ha sido demasiado para alguien. No soy yo quién, y menos dada mi nula sensibilidad artística, para valorar donde está el límite del buen gusto, la creatividad o el significado de una obra de arte. O si la imagen refleja una mujer empoderada o no. Pero sí sé que la censura busca trajes para cada ocasión y adopta distintas formas.
Lo que está bien no se marca ya sólo desde el poder, sino que nos la autoimponemos socialmente. Y se suele aplicar desde la convicción de que se hace por el bien común, interpretando lo que nos conviene o no. Recordemos que hay gente que cada vez que va a Dublín, no pierde la ocasión de visitar la estatua de la “hermosa” pescadera Molly Malone y tocarle los pechos, por muy deplorable que parezca. La Labandera de Azpeitia no enseña escote, pero tiene las tetas demasiado firmes. Como piedras.