La velocidad es el signo de los tiempos y qué mejor muestra que el supersónico viaje que ha realizado la actualidad política del Estado desde el oasis vasco al teatro del melodrama español. Solo 72 horas después de conocer los resultados de unas elecciones que se han desarrollado en un clima de civilidad propia de los países escandinavos y en cuya campaña se ha discutido de eso que algunos llaman “los asuntos de comer” por oposición a esos otros que despectivamente denominan el raca raca soberanista, la agenda política salta por los aires por un insólito órdago de mano cuyas cartas se descubrirán el lunes. Todo el mundo consume los días hasta el día D sin más pistas que la dichosa misiva que no dice más de lo que dice por muchas vueltas que se le quiera dar. Y aquí está la paradoja. Con su jugada, Sánchez ha detenido el tiempo, porque estamos en un impasse consumidos en un mar de especulación en el que su figura brilla por su ausencia. Toda la empatía por la cacería contra su figura y su familia, pero esto ya lo han sufrido otros antes y no se puso la política y el gobierno al borde del precipicio. Qué pueden pensar Iglesias, Puigdemont o en su día Ibarretxe, zarandeados tanto o más que Sánchez por la misma brunete política, mediática y judicial que tan bien le ha venido para sostener su gobierno. ¿Tanta resistencia para acabar rendido?