Aprincipios de Semana Santa ejercí como turista en Donostia. Es lo que tiene venir de la provincia a la capital, a pesar de que cada día regreso a su término para trabajar. Me lo hizo ver, así de simple, un niño de 7 años que me lo soltó a bocajarro cuando me quejaba de algunas actitudes simplonas de los visitantes. “Nosotros también estamos haciendo turismo”. Touché. Tenía razón. Paseo por el centro, helado artesanal (¡Cómo echo de menos a Los Italianos de Aldamar!), pisar la arena con los pies descalzos… En la inofensiva Concha ya se descubría el tono malhumorado que gastaba el Cantábrico ese día. De ahí que algunos surfistas hubieran saltado de su habitual zona de entrenamiento al otro lado del Kursaal para regodearse en la bahía ante los mirones apostados en la barandilla. El temporal azotó con fuerza durante los días festivos la costa guipuzcoana, dejando vídeos virales de cómo el agua engullía a un par de temerarios en el Peine del Viento, entre otras zonas castigadas por las olas. Tuvieron suerte, mucha suerte. Dos personas han muerto en Tarragona y otras dos en Asturias arrastradas literalmente por las olas. Cuatro vidas perdidas por olvidarnos que el mar embravecido no entiende de muros ni vallas, que da igual que conozcamos o no el paseo por el que caminamos, que la sensación de falsa seguridad es mala compañera de viaje.