“Veo cómo el mundo está siendo lentamente transformado en tierra salvaje, escucho el trueno que se aproxima y que, un día, también nos destruirá a nosotros”. Reflexiones que bien podrían haber sido escritas en la actualidad pero que se remontan a los años 40, a los diarios personales de la joven Ana Frank en plena Segunda Guerra Mundial. Por diferentes razones, la sombra de la inevitabilidad se cierne sobre nosotros y a pesar de nuestras múltiples estrategias evasivas, tarde o temprano, todos acabaremos asomándonos al mismo abismo. Un día yo también moriré, y usted. Ningún otro ser vivo tiene consciencia de que, así como ha nacido, un día su cuerpo desaparecerá por donde ha venido. Así lo hizo Ana Frank en 1945, y también el aita hace unos días, trayendo a nuestra consciencia la propia finitud. Ni el miedo a la muerte ni la evasión son los mejores compañeros para el viaje de la vida, y quizá es una de las mayores enseñanzas que nos dejas. Estos días hemos podido recomponer las piezas de tu trayectoria vital gracias al testimonio de personas que han sido significativas para ti, y de sus palabras se deduce tu alegría de vivir, tu sincera disposición a hacer de este mundo algo mejor mediante el arma poderosa de tu sonrisa dirigida a cualquier vecina o vecino del barrio. Gracias por tu legado.