Hace unos días acabé desmoralizada ante una decena de titulares que me abordaron mientras miraba las noticias en el móvil. La noticia era la muerte de un hombre alemán en un avión de Lufthansa que había partido desde Tailandia. Hasta ahí, el suceso. Pero conforme avanzaba en la marea de titulares que aparecían indexados, mi inquietud iba en aumento. Era la descripción de cómo había muerto: “Expulsando litros de sangre por la boca” y algunos añadían también “por la nariz”. “Litros de sangre”. Recalco esto porque, objetivamente, las personas tenemos entre 4,5 y 5,5 litros de sangre en nuestro cuerpo y, según los titulares, este hombre había muerto expulsando litros, como si una azafata se hubiera dedicado a recoger el rojo líquido con un medidor. Perdonen la broma macabra, pero es que los titulares que algunos medios usaban para atraer la atención de los lectores eran llamativos. “Muere en extrañas condiciones”, expulsando “litros de sangre” y alguno iba más allá hablando de: “¿Estamos ante un virus nuevo?”. Eso fue la puntilla. En realidad, en las declaraciones que una enfermera había hecho a una agencia de noticias se señalaba que había expulsado sangre por la boca. El resto fueron añadidos gratuitos que no se ajustaban a la realidad y que sólo buscaban provocar desazón que empujara al lector a leer o incluso desinformar.