Resulta que existe desde hace unos años un movimiento internacional de millonarios, que aboga por pagar más impuestos. No es un chiste. El colectivo de ricachones, con patrimonios superiores a los cien millones de dólares en Estados Unidos, ya no quiere ayudar a fundaciones para que les reduzcan los impuestos. Pretenden aportar más porcentaje de sus propios ingresos, muchas veces de inversiones financieras o empresas de alto rendimiento, porque lo consideran más justo. “Yo quiero aportar a la caja común para que se destine a las necesidades de sanidad, escuelas, etc...”, dice una sobrina nieta de Walt Disney. Otro miembro de esta original corriente reconoce que cuando habla del tema con sus amigos igualmente ricos es tratado de socialista y comunista, lo que en Estados Unidos casi roza el insulto. En la reciente cumbre de Davos, la joven austriaca Marlene Engelhorn, heredera de la empresa química BASF, difundió esta filosofía que, por lo visto, une actualmente a extraños millonarios, que reconocen sentirse mal por las diferencias sociales. Según ellos, hay que gravarles más por la sencilla razón de que pueden pagar más y, según cada país, los porcentajes de impuestos sobre sus rendimientos son inferiores a los de muchos asalariados.