Sin cobertura. Una comida de cuatro, en familia. Ni móviles, ni nada. Dos para dos. Los que llevamos el peso del hogar, a un lado de la mesa; y los que nos mueven a seguir para adelante, al otro: dos pequeños que ahora mismo, sin visos de adolescencia todavía, son un regalo de la vida. Terapia de la que no tiene precio en estos tiempos de desquicio colectivo y enganche digital, de malestar general y protesta perpetua, donde nada es suficiente y el todo es innegociable. Reencontrarse, apoyarse en lo que más queremos, escuchar el fluir de un arroyo mientras caminas hacia una kupela a la voz de txotx, y no tener prisa, ni miedo al lunes. Y es que a veces los momentos más reparadores surgen de forma inesperada, cuando nos damos una oportunidad y nos dedicamos a disfrutar del momento y la compañía de quienes queremos, que no sabemos durante cuánto tiempo estarán con nosotros; ni nosotros con ellos. ¿Quién quiere un viaje al infinito, donde esté el fluir del río Agauntza, si es junto a su cauce donde ha surgido ese momento mágico, de reparación personal? Y hoy son ya trece añitos los que han pasado. Trece desde que nuestra vida cambió para siempre con el nacimiento de nuestra hija. Por las broncas que te van a caer en los próximos años, y porque las disfrutes: Zorionak, printzesa!