Enero es un segundo septiembre para que las editoriales que sacan colecciones por fascículos hagan su agosto. Internet ha dejado atrás aquellos cursos de idiomas que luego se mandaban encuadernar y que venían acompañados de casetes, cedés y deuvedés (según la época) y hasta un teléfono de consulta para dudas gramaticales. También las enciclopedias, con entrega de un tomo por semana, pero que ya nadie compra ni usa. Tras ellos llegaron las colecciones de novelas, cómics y otros libros de consulta que, en vista de que la gente se cansaba muy pronto, primero hicieron que formaran un gran lienzo al unir todos los lomos y después empezaron a publicarlos con la numeración salteada para evitar la tentación de abandonar la colección, por ejemplo, en el número 30 si aquello duraba 120 semanas. Tras probar con minerales, moldes de pastelería y hasta dedales, ahora se han puesto de moda las maquetas que permiten construir con diminutas piezas un enorme Mazinger Z, un Transformer, Kitt-el coche fantástico, el Delorean de Regreso al futuro, o hasta un ET, el extraterrestre, al que se le ilumina el dedito y el corazón. Es la forma más eficaz de que nadie abandone la colección a medias o habrá pagado por nada, aunque a veces parezca necesario sacarse una ingeniería para montarlos. Con lo fácil que era antaño comprar los libros y olvidarlos para siempre en la estantería.
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