Mientras reporteros, comerciantes y presuntos expertos se asoman a las pantallas de los informativos para que compremos y congelemos ya para Navidad, las amas de casa paseando el carro por los mercados se quejan de la carestía de todos los productos y miran el céntimo. A renglón seguido, salen las primeras cenas de empresa que han empezado a celebrarse en noviembre, a pesar de ser un 10% más caras que hace un año. Muchos restaurantes, además, dicen tener las reservas completas. No me cuadra que la gente se esté apretando el cinturón en los productos del día a día y, sin embargo, aligere la cartera para acudir a la cena de empresa, a no ser que sea el jefe el que apoquine. ¿Somos pobres o somos ricos? ¿En qué quedamos? Luego están las rebajas y el viernes negro. Hay quien se compra un objeto más barato para regalar, pero otros se gastan en cinco pantalones innecesarios que, además, estaban falsamente rebajados para engañarnos. El consumismo engorda a pesar de la inflación y no hay quien lo entienda. En Donostia han aprobado estudiar la aplicación en la ciudad de la economía del donut. Sigue el principio de que la prosperidad debe medirse con el bienestar social y natural y no sólo con el beneficio económico. Nos tendremos que reeducar.