Es ya por méritos propios uno de los grandes persuasores de la política española. La suya es la historia de una ambición. Menos mal que iba a ser Pedro el breve. La verdad es que no estuvo muy fina Susana Díaz, una de sus más acérrimas contrincantes políticas, cuando allá por 2014 le auguraba dos teleberris. Ahí sigue el hombre, una década después, sobreviviendo a todo y a todos. El jueves revalidó su tercer mandato, convertido en dique de contención de una ultraderecha borroka y contestataria, y obligado a satisfacer las demandas de una miríada de formaciones nacionalistas que no se van a cansar de pedir lo suyo. Es el rey de la resiliencia, habilidoso para salir airoso de callejones sin salida. Su manera de actuar recuerda a la de los buenos abogados: cuando todo apunta a la culpabilidad del acusado, siembran dudas en la última sesión del juicio para conseguir un giro inesperado de los acontecimientos. Al Perro Sanxe, como decía aquel meme viral que el propio presidente utilizó tras el anuncio del adelanto de las elecciones del pasado 23 de julio, le acusan de ser poco empático e indiferente como fórmula para sobreponerse a la adversidad. Quizá sea su fórmula del éxito. Mucho ha aprendido desde aquel Sánchez del principio que parecía fresco, pero era insípido. Un muerto que sigue vivo.
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