Desde que publicamos nuestra vida al minuto a través del móvil, rincones, espacios y aspectos que tenían que ver con nuestra intimidad se han hecho públicos sin el mínimo pudor o con la inconsciencia de quien se cree a salvo de miradas indiscretas. Uno de estos acontecimientos que ha pasado de la intimidad al espacio público es la muerte. Por desgracia, en más de una ocasión, familiares, amigos o el público en general asiste atónito a la retransmisión, vía vídeo de Whatsapp, Facebook o TikTok, de la muerte en directo o de los últimos angustiosos minutos de una persona. Ocurrió recientemente con el ataque de Hamás en el festival por la paz en Israel, también con los mensajes de auxilio en el incendio de las discotecas de Murcia o el estremecedor vídeo que grabó uno de los pasajeros fallecidos el pasado enero en un accidente aéreo en Nepal. Minutos de horror antes del desenlace final inmortalizado para mayor morbo del personal. Muertes accidentales que se convierten en virales. Suicidios que buscan un mayor impacto, una última llamada de socorro. O directamente asesinatos retransmitidos a sangre fría. No hay nada más macabro que viralizar la muerte y, a pesar de los intentos por filtrar este tipo de vídeos, hoy día no resulta difícil visualizarlos con un solo clic. “Acaso somos insensibles o nos estamos insensibilizando a propósito?